sábado, 14 de noviembre de 2009

No soy poeta

En mis años de estudiante me encantaba la asignatura de Lengua y Literatura. Aquel libro de Antología poética y literaria, que apenas leíamos en clase por falta de tiempo, yo lo leía y releía...
Tambien estudié que la poesía no debe tener una finalidad; el poeta expresa sus pensamientos y sentimientos, pero sin buscar otro fin que el darlos a conocer, en todo caso motivar y educar la sensibilidad. Y yo soy una muestra de ello: aquellas buenas lecturas me formaron.

Después, al casarme y tener a mis hijos, ya no pude leer. Mi vida y mi tiempo no eran míos.
Así pasaron los años, y siendo abuela, comencé a escribir. No sé si lo hago bien, pero me esmero y pongo todo mi cuidado en ello. Y esto por una razón: proclamar y transmitir la fe, que llevo como un tesoro en vasija de barro, como dice San Pablo.
Por tanto, si persigo una finalidad, ya no soy poeta. Este "Canto a la vida" me llovió felicitaciones, y alguna crítica que acepto con gusto. El relato no sé si está claro, pues el escribir en verso me obliga a resumir, tal vez algún día haga algunas aclaraciones para su mejor comprensión.

Este escrito, del año 2001, fue mi respuesta a un buen amigo.

NO SOY POETA

Alguien me ha dicho
que no soy poeta,
y es verdad;
y, sin presunción lo digo,
tal vez ni quiero serlo
en realidad.

De niña sólo soñaba
con ser maestra de pueblo,
o de aldea,
pues crecí entre gente ruda,
pero con el alma llena
de nobleza.

También comencé muy niña
a rezar las oraciones
con mi madre,
para pedir al Señor
que diese el don de la fe
a mi padre.

Pude cursar mis estudios
por un milagro de Dios
que me ama,
Y me sentí tan feliz
que deseé que el estudio
no acabara.

Apenas pude ejercer,
pues me enamoré muy joven,
casi niña.
Todo lo dejé gustosa
para unirme al hombre que amo
todavía.

Mi espíritu decantado
como el vino del lagar,
con los años,
ya no sueña en enseñar
a los niños de mi pueblo,
ni lejanos.

Pero aquella semillita
de pedir a Dios la fe
ha crecido;
ahora es árbol frondoso
que a la humanidad entera
da cobijo.

Yo siento como San Pablo
que, comparado con Dios,
todo es nada,
y predico con mis obras,
pero cuidando la boca
bien cerrada.

Tantos años de desierto
sin abrir un libro apenas
voy rumiando.
Vuelven a mi boca cuentos,
y poemas y canciones
voy cantando.

Un día, sin saber cómo,
se me ocurrió algo nuevo,
original,
y empecé a escribir en verso
como si Dios me mandase
predicar.

No utilizo la metáfora
ni palabras elegantes
de poeta,
sólo busco claridad
para que llegue el mensaje
de profeta.

No ansío fama ni gloria,
sólo una cosa anhelo
en mi vida:
que el mundo crea y se salve,
que surja una humanidad
redimida.
Dicho así
parece una quimera,
una utopía,
mas yo creo, Señor,
que estás a nuestro lado
día a día.
Que contigo nuestra barca
no naufraga;
que tu amor es infinito,
es nuestra paga.