domingo, 25 de octubre de 2009

La rueda de la vida

Del libro:" LA RUEDA DE LA VIDA"
De Elisabeth Kübler-Ross.


Prólogo
"Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer a la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa.
Llegado el momento, podemos marchar y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios."
De la carta a un niño enfermo de cáncer,


EL RATÓN (infancia)
Le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y va siempre por delante de los demás.
EL OSO (edad adulta)
El oso es fuerte, y le encanta hibernar. Al recordar su pasado, se ríe de las correrías del ratón.
EL BÚFALO (edad madura)
Al búfalo le gusta recorrer las praderas. Confortablemente instalado, repasa su vida, y anhela desprenderse de su pesada carga.
EL AGUILA (años finales)
Le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire hacia lo alto.
"La única realidad incontrovertible de mi trabajo es la importancia de la vida.
Creo que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. Eso es una tontería.
Lo único que a mi juicio sana verdaderamente, es el amor incondicional." (pág. 15)
"La adversidad nos hace más fuertes.
La vida es ardua, es una lucha.
La vida es como ir a la escuela, recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones". (pág. 19)
EL NACIMIENTO
Creo que toda persona tiene un espíritu o ángel guardián. Ellos nos ayudan en la transición entre la vida y la muerte, y también a elegir a nuestros padres antes de nacer.
Mis padres eran una típica pareja conservadora de la clase media alta de Zúrich.
Cuando el 8 de julio de 1926 le comenzaron los dolores de parto, mi madre oró a Dios pidiéndole una chiquitina regordeta, a la cual pudiera vestir con ropa para muñecas. Esa fue mi llegada; pesé 900 grs., parecía un ratoncito. Después nacieron Erika, (900 grs.), y Eva (2900 grs.).
Al día siguiente, todos los diarios locales publicaban la emocionante noticia de las trillizas Kübler.
Para mí era una pesadilla ser trilliza. Éramos iguales, recibíamos los mismos regalos...Siempre me pareció que tenía que esforzarme diez veces más para demostrar que era digna de...algo que merecía vivir. Era una tortura diaria.
Sólo cuando llegué a la edad adulta comprendí que eso me benefició. Puede que no hayan sido las circunstancias que deseaba, pero fueron las que me dieron el aguante, la determinación y la energía para todo el trabajo que me aguardaba. (pág. 26)
NOTAS DE MI INFANCIA
Antes de llegar a casa me detuve a descansar a la sombra de uno de los frondosos árboles que bordeaban un viñedo. Esa era mi iglesia. El campo abierto, los árboles, los pájaros, la luz del sol. No tenía la menor duda respecto a la santidad de la Madre Naturaleza, y a la reverencia que inspiraba. La naturaleza era eterna y digna de confianza, hermosa y benévola en su trato a los demás; era clemente. En ella me cobijaba cuando tenía problemas, en ella me refugiaba para sentirme a salvo de los adultos farsantes. Ella llevaba la impronta de la mano de Dios.
Mi padre lo entendería. Era él quien me había enseñado a venerar el generoso esplendor de la naturaleza, llevándonos a hacer largas excursiones por las montañas, donde explorábamos los páramos y las praderas, nos bañábamos en el agua fresca y limpia de los riachuelos, y nos abríamos camino en la espesura de los bosques. Nos llevaba a agradables caminatas en primavera, y también a peligrosas expediciones por la nieve. Nos contagiaba su entusiasmo por las elevadas montañas, un Edelweiss medio escondido en una roca, o la fugaz visión de una rara flor alpina. Saboreábamos la belleza de una puesta de sol, también respetábamos el peligro, como aquella vez que me caí en una grieta de un glaciar. Habría sido fatal si no hubiera llevado atada una cuerda con la que me rescató. Esos recorridos quedaron impresos para siempre en nuestras almas. Para mí no había nada más semejante a Dios, ni más inspirador de fe en algo superior que la vida al aire libre. (pág 51)
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Una mañana mi ahorrativo padre llegó a casa con una radio. Todas las noches nos reuníamos alrededor de la enorme caja a escuchar los informes. Yo estaba de parte de los valientes polacos que arriesgaban la vida para defender su patria, y lloraba cuando explicaban cómo morían en Varsovia. Hervía de rabia cuando oía que los nazis estaban matando judíos. Si hubiera sido hombre, habría ido a luchar. Pero era una niña, no un hombre, así que en lugar de ir a pelear, le prometí a Dios que cuando tuviera edad suficiente, iría a Polonia, a ayudar a esas gentes valientes.
En pleno furor de la guerra, aprendimos el significado de la palabra sacrificio. Los refugiados entraban a raudales por las fronteras suizas, y hubo que racionar los alimentos. Nuestro jardín, cubierto de césped, se convirtió en huerta para cultivar patatas y cebollas.
Me enorgullecía saber sobrevivir con alimentos cultivados en casa, hacer el pan, preparar conservas de frutas y verduras y prescindir de los antiguos lujos. Después, estas habilidades me serían provechosas. (pág 55)
POR FIN, LA PAZ.
Hablando de música celestial, no hubo sinfonía más maravillosa que la que llenó el aire el día 7 de mayo de 1945, el día en que acabó la guerra. Yo estaba en el hospital. Como si obedecieran a una señal, pero de forma espontánea, las campanas de las iglesias de toda Suiza comenzaron a tañer al unísono, haciendo vibrar el aire con los repiques jubilosos de la victoria, y por encima de todo, de la paz.
Con la ayuda de varios trabajadores del hospital, llevé a los pacientes al terrado, uno a uno, incluso a aquellos que no podían levantarse de la cama, para que pudieran gozar de la celebración. Fueron momentos que todos compartimos. Algunos de pie, otros sentados, incluso varios en silla de ruedas o en camillas. Algunos sufriendo intensos dolores, pero en aquel momento, eso no importaba.
Estábamos unidos por el amor y la esperanza, la esencia de la existencia humana, y para mí fue algo muy hermoso e inolvidable. (pág 74)
VOLUNTARIOS EN LA ALDEA FRANCESA DE ECURCEY
A excepción de los habitantes de la aldea, nadie odiaba más a los nazis que yo. Si las atrocidades cometidas no hubieran sido suficientes para atizar mi hostilidad, sólo tenía que pensar en el Dr. Weitz preguntándose en el laboratorio si seguirían con vida sus familiares en Polonia. Pero durante las primeras semanas que pasé en Ecurcey comprendí que esos soldados eran seres humanos, derrotados, desmoralizados, hambrientos y asustados ante la idea de volar en pedazos en sus campos minados, y me dieron lástima.
Dejé de pensar que eran nazis y empecé a considerarlos simplemente hombres necesitados. Por la noche les pasaba pequeñas pastillas de jabón, hojas de papel y lápices a través de los barrotes de las ventanas del sótano. Ellos, a su vez, expresaron sus más hondos sentimientos en conmovedoras cartas a sus familias. Yo las guardé entre mi ropa para enviarlas a sus parientes cuando estuviera de vuelta a casa. Años después, las familias de esos soldados, la mayoría de los cuales regresó con vida, me hicieron llegar misivas de sincera gratitud.
En realidad, el mes que pasé en Ecurcey, a pesar de las penurias y a pesar de que sentí tener que abandonar la aldea, no podría haber sido más positivo. Reconstruimos casas, es cierto, pero lo mejor que dimos a esas personas fue amor y esperanza. (pág. 79)
Transformada por esa experiencia, me costó aceptar la prosperidad y abundancia de mi hogar suizo. Las tiendas llenas de alimentos frente al sufrimiento y la ruina de Europa. (pág. 80)
EN POLONIA
No sé si lo que hice a continuación fue ejercer la medicina o rezar pidiendo milagros. Todas las mañanas se formaba una cola de 25 a 30 personas fuera de la "clínica". Algunas habían caminado durante días para llegar, y con frecuencia tenían que esperar horas. Si estaba lloviendo, se les permitía aguardar en la habitación que normalmente reservábamos para los gansos, pollos, cabras y otras aportaciones que hacía la gente a nuestro campamento en lugar de dinero. La otra habitación la reservábamos para las intervenciones quirúrgicas.
Teníamos poco instrumental, pocos remedios, y nada de anestesia. Sin embargo, he de decir que realizamos muchas operaciones osadas y complicadas. Amputábamos extremidades, extraíamos metralla, asistíamos partos... Un día se presentó una mujer embarazada a la que se le había formado un tumor del tamaño de un pomelo. Se lo abrimos, sacamos el pus y nos esmeramos en eliminar el quiste. Cuando la hubimos tranquilizado diciéndole que el bebé estaba bien, se levantó y se fue a su casa. La resistencia de aquella gente no tenía límites.
Su valentía y voluntad de vivir me causaron una profunda impresión. A veces atribuía el elevado índice de recuperación a esta sola determinación. Para mí, que quería descubrir el sentido de la vida, fue una gran lección. (pág 92)
EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Salí de allí impresionada por el horror de ese lugar. De pronto, una voz interrumpió mis pensamientos, la voz tranquila y reposada de una joven que me dio una respuesta: Tú también serías capaz de hacer eso, - me dijo.
Sentí deseos de protestar, pero estaba tan sorprendida que no se me ocurrió qué decir. ¡Yo no! deseé gritar. Yo era pacifista, me había criado en una familia honorable y en un país pacífico. Jamás había conocido el hambre, la pobreza, la discriminación. Ella leyó todo eso en mis ojos.
-Te sorprendería ver todo lo que eres capaz de hacer, si hubieras nacido en la Alemania nazi. Hay un Hitler dentro de todos nosotros.
Yo deseaba comprender, no discutir, de modo que la invité a compartir mi bocadillo. Tenía más o menos mi misma edad; mientras comíamos me explicó cómo había llegado a formarse esa opinión.
Alemana de nacimiento, tenía 12 años cuando la Gestapo se presentó en la empresa de su padre y se lo llevó. Jamás volvieron a verlo. Tan pronto como se declaró la guerra, el resto de su familia, con ella y sus abuelos, fueron deportados a Maidanek, centro de concentración.
Un día los guardias les ordenaron a todos ponerse en fila, tal como ellos habían visto hacer a tanta gente que ya no había vuelto. Los hicieron desnudarse y los metieron en la cámara de gas. La gente gritaba, lloraba, suplicaba y oraba, pero en vano. Allí no había oportunidad de sobrevivir, ni esperanza, ni dignidad. Los empujaron a una muerte peor que la de cualquier animal en el matadero.
Golda, esta preciosa joven, fue la última que trataron de empujar al interior de la atiborrada cámara, antes de cerrar la puerta y dar el gas. Por un milagro, por alguna intervención divina, no pudieron cerrar la puerta, porque no cabía nadie más. Había demasiada gente. Para cumplir la cuota diaria de muertos, los guardias simplemente la sacaron y la empujaron fuera. Puesto que ya estaba en la lista de muertos, no volvieron a llamarla.
Después tuvo poco tiempo para llorar la pérdida de su familia; con dificultad se las arregló para sobrevivir al invierno polaco, si enfermaba no iba a ser capaz de cavar pozos o quitar la nieve, a consecuencia de lo cual, la enviarían nuevamente a la cámara de gas.
Para animarse, se imaginaba que el campo iba a ser liberado. Dios la había escogido, pensaba ella, para sobrevivir y contar a las generaciones futuras las barbaridades que había visto allí.
Después, cuando se abrieron las puertas, no quiso verse dedicando su valiosa vida a vomitar odio. -Como Hitler, -me dijo. Si dedicara mi vida, que me fue perdonada, a sembrar las semillas del odio, no me diferenciaría en nada de él. Para encontrar la paz, hay que dejar que el pasado sea pasado.
Pero ¿cómo explicarse que una persona que había sufrido esa crueldad eligiera perdonar y amar?
Ella lo explicó diciendo: Si yo logro que una sola persona cambie los sentimientos de odio y venganza por los de amor y compasión, entonces he sido digna de sobrevivir.
Lo comprendí y me marché de Maidanek transformada para siempre.
Me sentí como si mi vida hubiera comenzado de nuevo. (pág. 101 y sig.)
EL POEMA DE MI ABUELA
Durante el verano me inscribí en el Servicio de voluntarios por la Paz, para una misión en Italia. Mi padre me autorizó a ello, pero me prohibió pasar al otro lado del Telón de Acero.
Dos niños polacos esperaban un voluntario que pudiera reunirlos con sus padres. Yo era la candidata ideal, no podía negarme. A la vuelta, cuando llegué a mi casa, mi padre me abrió la puerta y me dijo: ¿Quién es usted? No la conocemos.
Supuse que iba a sonreír y decirme que era una broma, pero me cerró bruscamente la puerta en las narices. Comprendí que había descubierto dónde había estado.
Oí alejarse sus pasos, y después, silencio. Ni mi madre ni mis hermanas acudieron a rescatarme. Conociendo a mi padre, me imaginé que les había prohibido acercarse a la puerta.
Era evidente que yo estaba sola. Muy a tiempo recordé un poema que tenía colgado mi abuela:
"Cuando crees que ya no puedes más,
siempre aparece,
como salida de la nada,
una lucecita.
Esta lucecita
renovará tus fuerzas,
y te dará la energía necesaria
para dar un paso más."
Entré en una cafetería y pedí algo para comer. Estaba tan agotada que empecé a quedarme dormida apoyada en la mesa. De pronto, desperté sobresaltada al oír mi nombre: era mi amiga Cilly.
En otoño de 1950 me dispuse a entrar en la Facultad de Medicina. Llené la solicitud de examen, pero no tenía los 500 francos suizos para la matrícula. Mi madre no podía ayudarme, habría tenido que pedírselo a mi padre. Parecía no tener solución.
Mi hermana Erika y su marido me prestaron el dinero que tenían ahorrado para una nueva cocina, exactamente 500 francos.
Las pruebas para el examen tuvieron lugar en los primeros días de septiembre de 1951. Lo había hecho tan bien en todos los demás que el catedrático de latín se mostró muy apenado por tener que suspenderme. Yo no tenía la menor duda de que me había aprobado. La notificación oficial me llegó la víspera del cumpleaños de mi padre. Le preparé un regalo especial, se lo dejé en casa esa tarde y al día siguiente lo esperé fuera de su oficina. Sabía que se sentiría orgulloso.
Aunque al principio no pareció alegrarse de verme, su mueca de desagrado se convirtió en una sonrisa. Era la primera muestra de afecto que recibía de él en más de un año. Eso me bastó. Esa noche mis hermanas se presentaron en mi apartamento con un mensaje: Padre quiere que vengas a cenar a casa.
Estábamos todos nuevamente reunidos. Y celebramos muchas más cosas que mis resultados en el examen. (pág 118)
LA DOCTORA ELISABETH KUBLER-ROSS
Era una mujer adulta, médica en ejercicio, y estaba a punto de casarme, pero mi madre me trataba como a una niña pequeña. Me llevó al peluquero, a un especialista en maquillaje y me obligó a hacer todas esas tonterías femeninas que yo apenas toleraba.
Después que Manny aprobara los exámenes, y sin mi ayuda, nos casamos. Fue una gran celebración.
Después de la boda toda la familia fuimos a la Feria Mundial de Bruselas. Y luego mis familiares nos despidieron desde el muelle cuando, junto con varios amigos de Manny que habían asistido a nuestra boda, mi marido y yo subimos a bordo del Liberté, un enorme transatlántico que nos llevaría a Estados Unidos. Ni las exquisitas comidas, ni el sol, ni el baile en cubierta lograron calmar la tristeza que sentía al dejar Suiza y partir hacia un país por el que no sentía ningún interés. Sin embargo, me dejé llevar sin discutir y por lo que escribí en mi diario se ve que pensaba que era un viaje que tenía que hacer.
"¿Cómo saben estos gansos cuándo es el momento de volar hacia el sol? ¿Quién les anuncia las estaciones? ¿Cómo sabemos los seres humanos cuándo es el momento de hacer otra cosa? ¿Cómo sabemos cuándo ponernos en marcha? Seguro que a nosotros nos ocurre igual que a las aves migratorias: hay una voz interior, si estamos dispuestos a escucharla, que nos dice con toda certeza cuándo adentrarnos en lo desconocido". (pág 141)
EL NACIMIENTO DE MI HIJO KENNETH
Lo único que recuerdo fue mi chillido. Después me colocaron en los brazos un precioso niño, sano, con los ojos abiertos, que escudriñaba el nuevo mundo que le rodeaba. Era el bebé más hermoso que había visto en mi vida. Lo examiné minuciosamente. Era un niño, mi hijo. Pesó cerca de 3,700 grs. Su cabecita estaba coronada por una mata de pelo oscuro y tenía las pestañas más preciosas, largas y oscuras que habíamos visto en un bebé. Manny le puso Kenneth.
Me era imposible imaginar una felicidad más grande. Podría imaginarme más cansada, pero no más feliz. Muchas veces he pensado maravillada cómo se las arregló mi madre con cuatro hijos, tres de las cuales llegamos de una sola vez.
Pero como hacen todas las madres, ella decía que no había nada de extraordinario en eso. Lo que no entendía era por qué iba a volver yo al trabajo. En ese tiempo eran muy pocas las mujeres que se las arreglaban para criar hijos y tener una profesión al mismo tiempo. Supongo que yo fui una de esas mujeres que no vieron otra opción. Para mí, mi familia era lo más importante del mundo, pero también tenía que cumplir una vocación. (pág 158)
VIVIR HASTA LA MUERTE
Mi sinceridad no estaba en consonancia con la forma como se ejercía la medicina en los hospitales. Pasados unos meses observé que muchos médicos evitaban referirse a cualquier cosa que tuviera que ver con la muerte. A los enfermos moribundos se los trataba tan mal como a mis pacientes psiquiátricos del Hospital estatal. Se los rechazaba y maltrataba. Si un enfermo de cáncer preguntaba: ¿me voy a morir? , El médico le contestaba: Oh, no, no diga tonterías.
Yo no podía comportarme así. Pero claro, no creo que muchos médicos fueran como yo. Pocos tendrían experiencias como las de mis trabajos voluntarios en las aldeas europeas asoladas por la guerra, y menos aún eran madres, como yo lo era de mi hijo Kenneth. Además, mi trabajo con las enfermas esquizofrénicas me había demostrado que existe un poder sanador que trasciende los medicamentos, que trasciende la ciencia, y eso era lo que yo llevaba cada día a las salas del hospital. Durante mis visitas a los enfermos me sentaba en las camas, les cogía las manos, y hablaba durante horas con ellos. Así aprendí que no existe ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese distanciamiento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad. Incluso a los pacientes cuya depresión les hacía desear el suicidio era posible, aunque no siempre, convencerlos de que su vida todavía tenía sentido. -Cuénteme lo que está sufriendo, -les decía-. Eso me servirá para ayudar a otras personas.
Aunque trabajaba por todo el hospital, me sentía atraída hacia las habitaciones de los casos más graves, los moribundos. Ellos fueron los mejores maestros que he tenido en mi vida. Los observaba debatirse para aceptar su destino; los oía arremeter contra Dios, no sabía qué decir cuando gritaban: ¿por qué yo ?Y los escuchaba hacer las paces con El. Me di cuenta que, si había otro ser humano que se preocupara por ellos, llegaban a aceptar su sino. A este proceso le llamaría yo después "las diferentes fases del morir", aunque puede aplicarse a cualquier tipo de pérdida. (pág 161)
MI PADRE
En otra parte del mundo mi padre estaba tratando de encontrar a alguien que lo escuchara. Yo cogí a Kenneth y al día siguiente partí en el primer avión.
En el hospital vi que se estaba muriendo. Estaba muy delgado y padecía muchos dolores. Los remedios ya no le hacían ningún efecto. Lo único que quería era irse a casa. Nadie le hacía caso. Su médico se negaba a dejarlo marchar, y por lo tanto, el hospital también. Yo conocía la historia de la que nadie hablaba en esos momentos. Mi abuelo, el padre de mi padre, que se había fracturado la columna, murió en un sanatorio. Su último deseo fue que lo llevaran a casa, pero mi padre se negó, prefiriendo hacer caso a los médicos. En estos momentos papá se encontraba en la misma situación.
Me dijeron que podía llevármelo a casa si firmaba un documento que los eximía de toda responsabilidad.
-El trayecto probablemente lo va a matar -me advirtió su médico.
Yo miré a mi padre en la cama, impotente, aquejado de dolores y deseoso de irse a casa. La decisión era mía. En ese momento recordé mi caída en una grieta, cuando andábamos de excursión por un glaciar. Si no hubiera sido por la cuerda que me lanzó y me enseñó a atarme, habría caído al abismo y no estaría viva. Yo iba a rescatarlo a él esta vez.
Una vez que el equipamiento médico estuvo instalado en su habitación, lo llevamos a casa. Yo iba sentada a su lado en la ambulancia, observando cómo se le alegraba el ánimo a medida que nos acercábamos a casa. De tanto en tanto me apretaba la mano para expresarme lo mucho que me agradecía todo eso. Cuando los auxiliares de la ambulancia lo llevaron a su dormitorio, vi lo marchito que estaba su cuerpo, en otro tiempo tan fuerte y potente. Pero continuó dando órdenes a todo el mundo hasta que lo tuvieron instalado en su cama.
-Por fin en casa, -musitó.
Durante los dos días siguientes durmió apaciblemente. Cuando estaba consciente, miraba fotografías de sus amadas montañas o sus trofeos de esquí. Mi madre y yo nos turnábamos para velar junto a su cama. La penúltima noche lo observé dormir inquieto. Al día siguiente por la tarde ocurrió algo de lo más extraordinario. Mi padre despertó de su sueño agitado y me pidió que abriera la ventana para poder oír con más claridad las campanas de la iglesia. Estuvimos un rato escuchando las conocidas campanadas de la Kreuzkirche. Después comenzó a hablar con su padre, pidiéndole disculpas por haberlo dejado morir en ese horrible sanatorio. -Tal vez lo he pagado con estos sufrimientos, le dijo, y prometió que lo vería pronto. Al parecer, mi padre arregló muchos asuntos pendientes. Esa noche se debilitó considerablemente.
Yo me acosté en una cama plegable junto a la suya. Por la mañana comprobé que estaba cómodo, le di un cariñoso beso en la frente, le apreté la mano y salí a prepararme un café en la cocina. Estuve fuera dos minutos. Cuando volví, estaba muerto. Durante la media hora siguiente, mi madre y yo estuvimos sentadas junto a él despidiéndonos. Había sido un gran hombre, pero ya no estaba allí. Aquello que había conformado el ser de mi padre, la energía, el espíritu y la mente, ya no estaba. Su alma había salido volando de su cuerpo físico. Yo estaba segura de que su padre lo había guiado directo al cielo, donde ciertamente estaba envuelto en el amor incondicional de Dios. (pág 163)
MI HIJA BARBARA
Al igual que me ocurriera con Kenneth, presentí que este bebé iba a llegar a término. Durante los nueve meses estuve en perfecto estado de salud, tanto física como emocional. No tuve dificultad para compaginar el trabajo en el hospital, donde llevaba un pabellón de personas muy perturbadas, con mi vida doméstica. Kenneth, que por entonces tenía 3 años y era muy activo y alegre, estaba feliz ante la perspectiva de tener un hermanito o hermanita.
El día 5 de diciembre rompí aguas cuando acababa de dar una charla. Era demasiado pronto para que comenzara el parto, pero me senté ante mi escritorio y pedí a un alumno que llamara a Manny. Puesto que trabajaba en el mismo edificio, éste llegó a los pocos minutos. Aunque yo me sentía perfectamente bien, igual que momentos antes, me llevó a casa y llamó por teléfono al tocólogo. Este me dijo que descansara y fuera a su consulta el lunes. Me pasé el fin de semana preparando platos para congelar, para Manny y Kenneth, y dejando lista una maleta de ropa. El lunes tenía la pared abdominal tan dura como una piedra. El médico se alarmó y me llevaron a toda prisa al Hospital Católico. Allí las monjas se dispusieron a inducir el parto, mientras el médico me informaba que era probable que el bebé fuera demasiado pequeño para sobrevivir.
Observé que las monjas habían preparado una mesa con un recipiente de agua bendita y todo lo necesario para el Bautismo. Sabía lo que significaba eso; suponían que el bebé iba a morir. Durante 48 horas navegué por oleadas de dolores, perdiendo y recuperando el conocimiento. Manny estaba sentado a mi lado, pero no podía hacer nada por acelerar el parto. Casi dejé de respirar una vez, y varias veces tuve la impresión de que me estaba muriendo. Hacia el final, el médico me puso una inyección espinal a fin de aliviarme el dolor, pero nada dio resultado. Lo que fuera a ocurrir, tenía que ocurrir naturalmente. Por fin, después de dos días de dolores, oí el llanto de un recién nacido. -Es una niña -, dijo alguien.
Aunque todos esperaban un bebé muerto, Bárbara estaba muy viva y luchando por continuar así. Pesó casi 1,400 grs. Alcancé a mirarle la carita antes que la pusieran en la incubadora. Más adelante, yo haría notar la similitud con mi nacimiento, cuando era una cosita de 900 grs. que nadie esperaba que sobreviviera. Pero entonces, agotada por los incesantes dolores, apenas tuve energías `para sonreír por el nacimiento de la hija que tanto deseaba, y después caí en un sueño reparador.
Bueno, el cuadro estaba completo. Tenía un hogar, un marido y dos hermosos hijos, Kenneth y Bárbara. El trabajo en casa se multiplicó, pero recuerdo una noche cuando estaba en la cocina contemplando a Kenneth que mecía a su hermanita, Manny estaba sentado en su sillón, leyendo, mi pequeño mundo estaba en orden. (pág 181)
UNA COLABORADORA EXCEPCIONAL
En esos primeros días de lo que se vendría a llamar "el estudio de la muerte", mi mejor maestra fue una mujer negra del servicio de limpieza. No recuerdo su nombre, pero la veía pasar con frecuencia por los pasillos, tanto de día, como de noche, según nuestros respectivos turnos. Lo que me llamó la atención en ella, fue el efecto que tenía en muchos de los pacientes más graves. Cada vez que ella salía de sus habitaciones, yo notaba una diferencia palpable en la actitud de esos enfermos.
Deseé conocer su secreto. Muerta de curiosidad, literalmente espiaba a esta mujer que ni siquiera había terminado sus estudios secundarios, pero que conocía un gran secreto.
Un día se cruzaron nuestros caminos en el pasillo. Haciendo acopio de todo mi valor, caminé decidida hacia ella, de manera algo agresiva tal vez, lo cual de seguro la sobresaltó, y sin la más mínima sutileza ni encanto, le solté:
-¿Qué les hace a mis enfermos moribundos?
Lógicamente ella se puso a la defensiva:
-Sólo les limpio el suelo-, contestó educadamente y se alejó.
-No me refiero a eso- dije, pero ya era demasiado tarde.
Durante las dos semanas siguientes nos espiamos mutuamente. Era casi como un juego. Finalmente, una tarde ella se hizo la encontradiza conmigo y me arrastró hacia la parte de atrás del puesto de las enfermeras. Todo un cuadro: una ayudante de cátedra, vestida de blanco, arrastrada por una humilde mujer de la limpieza, de raza negra.
Cuando estuvimos totalmente a solas, cuando nadie podía oírnos, me contó la trágica historia de su vida, y desnudó su alma y corazón de una forma que superaba mi comprensión.
Procedente del sector sur de Chicago, había crecido en un ambiente de pobreza y penalidades. Vivía en una casa sin calefacción ni agua caliente. Como la mayoría de la gente pobre, no tenía ninguna defensa contra la enfermedad y el hambre. Los niños llenabas sus hambrientos estómagos con avena barata, y los médicos eran para otra gente. Un día su hijo de tres años enfermó de neumonía. Ella lo llevó a la sala de urgencias del hospital de la localidad, pero no la admitieron porque debía 10 dólares. Desesperada, caminó hasta el Hospital Condal Cook, donde tenían que admitir a las personas indigentes. Desgraciadamente, allí se encontró en una sala llena de personas como ella, muy enfermas y necesitadas de atención médica. Le ordenaron que esperara. Pero pasadas tres horas de estar allí sentada esperando su turno, vio a su hijo resollar, lanzar un gemido y morir acunado en sus brazos.
Aunque era imposible no sentir pena por esa pérdida, a mí me impresionó más el modo en que contaba su historia. Aunque hablaba con profunda tristeza, no había en ella nada de negatividad, acusación, amargura ni resentimiento. Su actitud era tan apacible que me sorprendió. Lo encontré tan raro y yo era tan ingenua, que casi le pregunté: ¿por qué me cuenta todo eso? ¿Qué tiene que ver con mis enfermos moribundos? Pero ella me miró con sus ojos oscuros, bondadosos y comprensivos y me contestó, como si hubiera leído mis pensamientos:
-Verá, la muerte no es una desconocida para mí. Es una vieja conocida.
Me sentí como la alumna ante la maestra.
-Ya no le tengo miedo-, continuó en su tono tranquilo y franco. A veces entro en las habitaciones de esos enfermos y veo que están petrificados de miedo, y no tienen a nadie con quien hablar. Me acerco a ellos. A veces les toco la mano y les digo que no se preocupen, que no es tan terrible.
Después se quedó en silencio.
Poco después conseguí que esa mujer dejara de dedicarse a la limpieza y se convirtiera en mi primera ayudante.
Todas las teorías y toda la ciencia del mundo no pueden ayudar tanto como un ser humano que no teme abrir su corazón a otro. (pág 193)
MI MADRE (Resumen)
La familia Ross se muda a una casa mejor. Su nivel de vida es óptimo y todo parece perfecto.
Pero ella tiene una inquietud. No está enseñando a sus hijos algo que considera importante: Madrugar, salir de excursión a las montañas, oler las flores, beber agua del riachuelo, mirar las estrellas...Es decir, disciplina, esfuerzo, sencillez, contemplación de la naturaleza, y reconocimiento de la grandeza de Dios y de nuestra pequeñez.
Pasa unos días en una aldea de Suiza con su madre y los niños. Su madre está bien, pero le pide que ponga fin a su vida si se convierte en un vegetal. Ella se niega y le dice que siempre la tratará con todo su amor. Era una premonición.
A la semana siguiente, su madre sufre un derrame cerebral y queda como un vegetal. Así, los cuatro años restantes de su vida.
De todos modos, yo sabía que no era el final. Mi madre continuaba recibiendo y dando amor. A su manera, estaba creciendo espiritualmente y aprendiendo las lecciones que necesitaba aprender. Eso deberíamos saberlo todos.
La vida acaba cuando hemos aprendido todo lo que tenemos que aprender. Por lo tanto, cualquier idea de poner fin a su vida, como ella había pedido, era aún más inimaginable que antes.
Yo quería saber por qué mi madre iba a acabar así. Continuamente me preguntaba qué querría enseñarle Dios a esa amante mujer. Incluso pensaba si ella nos estaría enseñando algo a los demás.
Pero mientras continuara sobreviviendo sin ningún apoyo artificial, no había nada que hacer, aparte de amarla. (pág 209)
LA FINALIDAD DE LA VIDA.
Además de atender a mi familia y realizar mi trabajo, hacía tareas como voluntaria. Pasaba medio día a la semana en el Centro "Faro para los ciegos", de Chicago, trabajando con niños y padres. Pero tengo la impresión de que ellos me daban a mí más que yo a ellos.
Las personas que yo conocí, adultos y niños, estaban todos batallando con las cartas que les había servido el destino. Yo observaba su manera de arreglárselas. Sus vidas eran montañas rusas de sufrimiento y valor, depresión y logros. Continuamente me preguntaba qué podía hacer yo, que tenía vista, para ayudarles. Lo principal que hacía era escucharlos, pero también les animaba a "ver" que todavía les era posible llevar vidas plenas, productivas y felices. La vida es un reto, no una tragedia.
A veces eso era pedir demasiado. Veía bebés nacidos ciegos, y también a otros nacidos hidrocefálicos, a quienes se los consideraba vegetales, y se les colocaba en instituciones para el resto de sus vidas. Qué manera de desperdiciar la existencia. También estaban los padres que no lograban encontrar ayuda ni apoyo. Observé que muchos padres, cuyos hijos nacían ciegos, mostraban las mismas reacciones que mis enfermos moribundos. La realidad suele ser difícil de aceptar, pero ¿qué otra realidad hay?
Recuerdo a una madre que tuvo 9 meses de embarazo normal, sin ningún motivo para esperar otra cosa que un bebé sano y normal, pero durante el parto ocurrió algo y su hija nació ciega. Reaccionó como si hubiera habido una muerte en la familia, lo cual era lógico. Pero una vez superado el trauma inicial, comenzó a imaginar que su hija, llamada Heidi, terminaría sus estudios y algún día, aprendería una profesión. Esa era una reacción sana y maravillosa.
Por desgracia, habló con algunos profesionales que le dijeron que sus sueños no eran realistas, y le aconsejaron que pusiera a la niña en una institución. Eso causó un terrible sufrimiento a la familia. Pero afortunadamente, antes de tomar ninguna decisión, acudieron al "Faro para ciegos", donde yo conocí a esta mujer.
Evidentemente, yo no podía ofrecerle ningún milagro que devolviera la vista a su hija, pero sí escuché sus problemas. Y cuando me preguntó mi opinión, le dije a esa madre, que tanto deseaba un milagro, que ningún niño nace tan defectuoso que Dios no le haya dotado con algún don especial.
-Olvide toda expectativa, -le dije- Lo único que tiene que hacer es abrazar y amar a su hija como un regalo de Dios.
-¿Y después? -Me preguntó.
-A su tiempo, El revelará su don especial.
No sabía de donde me brotaron estas palabras, pero las creía. Y la madre se marchó con renovadas esperanzas.
Muchos años después, estaba leyendo un diario cuando vi un artículo sobre "Heidi, la niña del Faro". Ya adulta, Heidi era una prometedora pianista y acababa de actuar en público por primera vez. En el artículo, el crítico decía maravillas sobre su talento. Sin pérdida de tiempo contacté con la madre, que con orgullo me contó cómo había luchado por criar a su hija; repentinamente, la niña demostró estar dotada para la música. Floreció su talento como una flor, y su madre recordó mis alentadoras palabras.
Naturalmente, yo comentaba esos gratificantes momentos con mi familia y deseaba que mis hijos no tomaran nada por desconocido. Nada está garantizado en la vida, fuera de que todo el mundo tiene que enfrentarse a dificultades. Así es como aprendemos. Algunos se enfrentan a dificultades desde el momento en que nacen. Esas son las personas más especiales de todas, que necesitan el mayor cariño, comprensión y atención, y nos recuerdan que la única finalidad de la vida es amar. (pág.218)
DEL LIBRO: "SOBRE LA MUERTE Y LOS MORIBUNDOS".
Vi con mucha claridad cómo todos mis pacientes moribundos, en realidad todas las personas que sufren una pérdida, pasaban por fases similares.
Comenzaban con un estado de conmoción y negación.
Luego, indignación y rabia.
Después, aflicción y dolor.
Más adelante regateaban con Dios; se preguntaban: ¿por qué yo?
Y finalmente, se retiraban dentro de sí mismos durante un tiempo, aislándose de los demás, mientras llegaban, en el mejor de los casos, a una fase de aceptación.
En realidad vi con más claridad estas fases en los padres que había conocido en el "Faro para ciegos". El nacimiento de un hijo ciego era para ellos como una pérdida, la pérdida del hijo normal y sano que esperaban. Pasaban por la conmoción y rabia, la negación y la depresión, y finalmente, ayudados por alguna terapia, lograban aceptar lo que no se podía cambiar.
La negación es una defensa, una forma normal y sana de enfrentarse a una noticia horrible, inesperada, repentina. Permite a la persona considerar el fin de su vida y después volver a la vida como ha sido siempre.
Cuando ya no es posible continuar negándolo, la actitud es reemplazada por la rabia. La persona ya no se pregunta ¿por qué yo? sino ¿por qué no él o ella? Esta fase es particularmente difícil para los familiares, médicos, enfermeras, amigos, etc. La rabia del paciente sale disparada como perdigones y golpea a todo el mundo. No hay que tomar esta rabia como ofensa personal.
Si se les permitía expresar esta rabia sin sentimientos de culpabilidad o vergüenza solían pasar por la fase del regateo: ¡Dios mío, deja vivir a mi esposa lo suficiente para que vea a mi hija...!
El tiempo que pasa el paciente regateando es beneficioso para la persona que lo atiende. Había que entrar en su habitación, hacerle enfrentarse a viejas pendencias, permitirle exteriorizar su furia para que se librase de ella, y entonces, los viejos odios se transformarían en amor y comprensión.
El tipo de depresión más difícil viene cuando el enfermo comprende que lo va a perder todo y a todas las personas que ama. La mejor ayuda es permitirle sentir su aflicción, decir una oración o simplemente tocarlo con cariño o sentarse a su lado en silencio.
Si a los enfermos terminales se les da la oportunidad de expresar su rabia, llorar y lamentarse, concluir sus asuntos pendientes, hablar de sus temores, pasar por esas fases, van a llegar a la última, a la fase de aceptación. Es un período de resignación silenciosa y meditativa, de expectación apacible. Desaparece la lucha anterior para dar paso a la necesidad de dormir mucho, lo que yo llamo "el último descanso antes del largo viaje". (pág. 221)
Los niños pasan por las mismas fases cuando pierden a un ser querido. Si no se les ayuda, se quedan estancados y sufren graves traumas que se podrían evitar. (pág 247)
LA VIDA NO ES FACIL
Era una pena que no confiara bastante en mi marido para transmitirle toda mi emoción y entusiasmo, pero él no habría tolerado que le hiciera perder el tiempo de esa manera. Ya le costaba aceptar mis estudios sobre la vida después de la muerte.
Ya estaban lejanas la época de la facultad y las largas y arduas jornadas como médicos residentes en las que nos apoyábamos mutuamente.
Manny tenía 50 años y padecía del corazón, y lo que le interesaba era instalarse y poseer muchas cosas. Yo, en muchos sentidos, estaba comenzando. Eso sería un problema. (pág 272)
Supongo que yo estaba demasiado absorta en mi trabajo para advertir la tensión que éste provocaba en mi familia, hasta que fue demasiado tarde. Yo esperaba que algún día lograría reconciliar ambos mundos. Ese sueño me parecía posible si lograba encontrar una granja, idea que todavía me interesaba.
Me pareció que las cosas se normalizaban cuando construimos una piscina cubierta en casa. Muchas veces me relajaba nadando a medianoche, al volver de mis charlas. Y nada era más placentero que nadar contemplando a través de las ventanas la nieve que se amontonaba fuera. En algunas ocasiones todos disfrutábamos chapoteando y riendo juntos en el agua. Pero esas felices risas duraron poco tiempo. Para el Día del Padre de 1986 los niños y yo llevamos a Manny a cenar a un elegante restaurante italiano. Cuando volvimos a casa nos quedamos charlando en el aparcamiento, y él explicó por qué la cena había sido tan tensa. Quería divorciarse.
-Me voy - dijo. He alquilado un apartamento en Chicago.
Al principio pensé que quería gastarme una broma, pero él se marchó sin abrazar siquiera a los niños. (pág 278)
EN EL RIO DE LAGRIMAS, DA GRACIAS POR LO QUE TIENES, HAZ DEL TIEMPO TU AMIGO
Decidí no presentar batalla. Mi hija necesitaba una vida hogareña y estable, alguien que estuviera allí con ella todas las noches, y esa persona no era yo. Le dije a Manny que podía quedarse con la casa, cogí algunas cosas indispensables, ropa, libros y ropa de cama, las metí en cajas y las envié al Centro de Curación. No se me ocurrió ningún otro lugar adonde ir, mientras no supiera qué iba a hacer con mi vida.
No hay ningún problema del que no podamos obtener algo positivo. Me costó creer eso cuando me enteré de que Manny había vendido la casa sin darme opción a comprarla, como habíamos acordado que haría, y después, en otra jugada, a hurtadillas, vendió también la propiedad donde estaba el Centro de Curación Santhi Nilaya. Recibí una carta certificada en la que se me comunicaba que debía desocupar los edificios y entregar las llaves a sus nuevos propietarios. Resulta imposible describir lo aniquilada que me sentí. Después de perder mi casa, de ver desmoronado mi sueño, muchas noches me dormí llorando. (pág 317)
Estaba destinada a trabajar con enfermos moribundos. Tuve que hacerlo cuando me encontré con mi primer paciente de sida. Me sentí llamada a viajar unos 200.000 Km. al año para dirigir seminarios que ayudaban a las personas a hacer frente a los aspectos más dolorosos de la vida, la muerte y la transición entre ambas. Más adelante me sentí impulsada a comprar una granja de 120 Ha. en Virginia, donde construí mi propio centro de curación e hice planes para adoptar bebés infectados por el sida. Aunque todavía me duele reconocerlo, estaba destinada a ser arrancada de ese lugar idílico.
La granja era justo lo que había soñado, y para hacerla realidad invertí en ella todo lo que había ganado con los libros y conferencias. Construí mi casa, una cabaña cercana y una alquería. Construí también un centro de curación, donde daba seminarios, reduciendo así el tiempo dedicado a mi ajetreado programa de viajes. Tenía el proyecto de adoptar a bebés infectados por el sida, para que disfrutaran de los años de vida que les quedaran, los que fueran, en plena naturaleza.
La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar al serpenteante camino que subía hasta mi casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes, con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría.
Allí se trabajaba de verdad. El contacto con la tierra, el agua y el sol, que son las materias de la vida, me dejó las manos mugrientas.
Mi vida. Mi alma estaba allí.
Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa. Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total para mí. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se convirtió en cenizas.
Todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son, más aprendemos y maduramos.
En calidad de experta en enfrentarme a la pérdida de un ser querido, no sólo sabía las distintas fases que atraviesa una persona al pasar por ese trance, sino que también las había definido: Rabia, negación, regateo, depresión y aceptación.
Esa escalofriante noche, cuando al volver de Baltimore me encontré con mi amada casa en llamas, pasé por cada una de esas fases. Me sorprendió la rapidez con que lo acepté. ¿Qué otra cosa podía hacer?-le comenté a Kenneth. Había considerado todo lo bueno que se me había otorgado, entre lo cual estaba la suerte de no haber tenido allí 20 bebés seropositivos. Yo estaba ilesa. La pérdida de posesiones era otra historia. Eran cosas de mi vida, pero no mi vida.
Dije sí al dolor y éste desapareció. En el río de lágrimas, haz del tiempo tu amigo. Varios meses después un hombre comentaría que se había librado de la señora del sida. A pesar del dinero y sudores que había puesto en la granja, sencillamente cedí el centro con el terreno de 120 Ha. a un grupo que trabajaba con adolescentes maltratados.
Eso es lo fabuloso de las propiedades. Yo tuve mi oportunidad allí. Había llegado la hora de que otros también intentaran sacarle provecho a la tierra. (pág 375)
UNA RECETA PARA LA ETERNA JUVENTUD
Me inquietaba el futuro del mundo. A juzgar por las noticias, se veía sombrío. En mis diarios abundaban los pensamientos dirigidos a evitar ese dolor y ese sufrimiento. Si consideramos que todos los seres vivos son dones de Dios, creados para nuestro placer y disfrute, para que los amemos y respetemos, y cuidamos de nosotros mismos con el mismo cariño, el futuro no será algo que haya que temer, sino apreciar".
"Nuestro hoy depende de nuestro ayer, y nuestro mañana depende de nuestro hoy".
"-¿Te has amado hoy?"
-"¿Has admirado y agradecido a las flores, apreciado los pájaros, y contemplado las montañas invadido por un sentimiento de reverencia y respeto?"
Ciertamente, había días en que sentía mi edad. Pero cuando planteaba los grandes interrogantes de la vida en mis charlas, me sentía tan joven, tan llena de vitalidad y esperanza como cuando 40 años atrás hice mi primera visita domiciliaria como médica rural.
La mejor medicina es la medicina más simple. Comencé a acabar los seminarios diciendo: Aprendamos todos a amarnos y perdonarnos, y a tener compasión y comprensión con nosotros mismos". Era un resumen de todos mis conocimientos y experiencias.
"Entonces seremos capaces de regalar eso mismo a los demás. Sanando a una persona podemos sanar a la Madre Tierra "(pág 358)
CON LOS PRESOS
No había otra manera de considerarlo; estaba rodeada de asesinos, personas que habían cometido algunos de los peores crímenes contra seres humanos de los que yo tuviera noticia. Tampoco había forma de escapar; todos estábamos encerrados entre rejas en una cárcel de máxima seguridad en Edimburgo. Y lo que yo les pedía a esos asesinos era una confesión, pero no de los terribles crímenes que habían cometido, no; lo que les pedía era algo mucho más difícil, mucho más doloroso. Deseaba que reconocieran el dolor interior que los había llevado al asesinato.
Ciertamente era un método de reforma nuevo, pero yo pensaba que ni siquiera una condena a cadena perpetua podía servir para que el asesino cambiara, a menos que exteriorizara el trauma que lo había impulsado a cometer ese cruel delito. Sólo esa cárcel escocesa aceptó mis condiciones: que la mitad de los participantes en el seminario fueran reclusos y la otra mitad funcionarios de la cárcel.
Durante una semana entera vivimos todos en la cárcel, comimos la misma comida de los reclusos, dormimos en los mismos camastros duros, y estuvimos encerrados con llave por la noche. Al final del primer día ya la mayoría de los reclusos había explicado por qué había sido encarcelado, e incluso a los más empedernidos les corrían las lágrimas por las mejillas. Durante el resto de la semana casi todos contaron historias de infancias marcadas por abusos sexuales y emocionales.
Pero no eran los reclusos los únicos que contaban historias. Después de que la directora de la cárcel, mujer de aspecto frágil, contara ante los reclusos y los guardias un problema íntimo que había tenido en su juventud, un lazo de intimidad emocional se creó en el grupo. Pese a sus diferencias, de pronto nacieron entre ellos auténtica compasión, simpatía y cariño. Al final de la semana, todos reconocieron lo que yo había descubierto hacía mucho tiempo: que, como verdaderos hermanos y hermanas, todos estamos unidos por el dolor y sólo existimos para soportar penurias y crecer espiritualmente.
Durante años había declinado dar seminarios en Sudáfrica, a menos que me garantizaran que habría participantes negros y blancos. Por fin, en 1992, dos años después de que Nelson Mandela, el líder del Congreso Nacional fuera liberado de la cárcel, me prometieron una mezcla racial bajo el mismo techo, y entonces acepté ir. Aunque eso no era seguir exactamente los pasos de Albert Schweitzer, que hacía 55 años me había inspirado la idea de ser medico, de todos modos significó hacer realidad un sueño de toda mi vida. (pág 367)
MANNY
Poco después llegó un suceso triste, una despedida. Manny, que ya había sobrevivido a una operación de bypass triple, se sintió muy debilitado cuando comenzó a fallarle el corazón. Temiendo que no pudiera resistir otro duro invierno en Chicago, lo insté a trasladarse a Arizona, donde el clima es más templado. Afortunadamente me hizo caso. En octubre se mudó a un apartamento que yo le había alquilado, donde se sintió muy feliz. Habiendo ya superado el rencor que me había producido el modo en que acabó nuestro matrimonio, yo iba a verlo siempre que podía y le llenaba el refrigerador con comidas preparadas por mí. Ciertamente a Manny le encantaban mis platos. Recibió muchísimos cuidados.
Había hecho las paces con él y me alegraba de que ya no tuviera que sufrir más. (pág 371)
ESCRIBIENDO SUS MEMORIAS, A LOS 72 AÑOS
No hay que tener miedo, no hay ningún motivo para tenerlo si recordamos que la muerte no existe. En lugar de tener miedo, conozcámonos a nosotros mismos y consideremos la vida un desafío en el cual las decisiones más difíciles son las que más nos exigen, las que nos harán actuar con rectitud, y nos aportarán las fuerzas y el conocimiento de Él, el Ser supremo. El mejor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, la libertad. Las casualidades no existen, Todo lo que nos ocurre en la vida ocurre por un motivo positivo. Cuando estoy en la transición de este mundo al otro, sé que el Cielo o el Infierno están determinados por la forma como vivimos la vida en el presente.
La única finalidad de la vida es crecer.
La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente.
En la Tierra hay millones de personas que sufren.
Cada día hay una persona que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche esas llamadas, óigalas como si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en hacer felices a los demás. Creo que mi verdad es una verdad universal.
Todas las personas venimos de la misma fuente y regresamos a la misma fuente.
Todos hemos de aprender a amar y ser amados incondicionalmente.
Todas las penurias que se sufren en la vida, todas las tribulaciones y pesadillas, todo lo que podríamos considerar castigos de Dios, son en realidad regalos, son la oportunidad para crecer. No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo.
Cuando nacimos de la fuente a la que yo llamo Dios, fuimos dotados de una faceta de la divinidad, lo que nos da el conocimiento de nuestra inmortalidad. Debemos vivir hasta morir. Nadie muere solo.
Todos somos amados con un amor que trasciende la comprensión. Todos somos bendecidos y guiados.
La lección más difícil de aprender es el amor incondicional. Morir no es algo que haya que temer; puede ser la experiencia más maravillosa de la vida. Todo depende de cómo hemos vivido. La muerte es sólo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustias.
Todo es soportable cuando hay amor.
Mi deseo es que usted trate de dar más amor a más personas.
Lo único que vive eternamente es el amor. (pág 385)

El libro de "La rueda de la vida" es la autobiografía de una gran mujer, Elisabeth Kübler-Ross. Me gustó mucho y recomendé su lectura a mis personas queridas. Como algunos no disponen de tiempo para leer, escribí un extracto con los mejores pasajes, sin añadir nada de mi parte. Tan sólo hay un capítulo, el que habla de su madre creo recordar, que hice un resumen.
La misma autora tiene " La muerte y los moribundos", y otras obras de interés. Pienso que la vejez es maravillosa cuando aceptamos nuestas limitaciones y compartimos lo que tenemos y lo que somos. Despedirnos de este mundo con la mirada puesta en la otra vida.

viernes, 23 de octubre de 2009

La muerte

Creo que es la primera vez que incluyo en mi blog algo de fuera, pero pienso que debe ser así, y esto me ha gustado.
También por lo oportuno de este tiempo, vamos a entrar en el mes de noviembre y el ambiente es más propicio a este tema candente.
Me gusta compartir mis ideas , sin imponer nada a nadie. Perdonad si, por mi carácter apasionado, alguna vez no lo parece así.
También procuraré ser oportuna en cuanto a las fechas; hace poco "metí" el cuento de Fray Fidel , más propio de Navidad. Es porque soy novata en internet y me pasa cada cosa...

Bueno, no puedo, será porque es un power point ( ¿se escribe así? ) Intentaré otro día.

http://www.net-www.info/pedro/tuyelisa/lamuerte.ppt

martes, 20 de octubre de 2009

Manifestación por la vida

MANIFESTACIÓN POR LA VIDA
Madrid, 17 de octubre de 2009.
Fue la primera manifestación de mi vida. Ni siquiera cuando vivíamos en Valencia, que no hubiese tenido que desplazarme, participé en ninguna, aunque hubo muchas por causa de la Reforma educativa, en aquellos años 80. Siempre pensé que educar bien a mis hijos y cuidar de mi numerosa familia eran mi mejor manifestación y defensa de la vida.
Ahora, a los 62 años, he tenido mi oportunidad. En septiembre recibí varios correos de Hazte oír y Derecho a vivir, a los que soy afiliada. Me anunciaban la convocatoria y me invitaban a colaborar, cosa que hice con mucho gusto.
Con gran ilusión y esmero confeccionamos unos carteles, con letras grandes, de colores, para que se viera bien. Los colocamos en todas las parroquias de Játiva, en el convento de Consolación, en el Asilo de San Antonio, en el Colegio de la Inmaculada, antigua Beneficencia, en el Cuartel de la Guardia civil, y en algunos establecimientos particulares, a los que damos las gracias.
Omito el citar los estamentos públicos y privados que nos negaron el permiso para colocar el cartel. Me dolió especialmente algunos, muy relacionados con los jóvenes, pues "quien no sabe, no puede elegir".
Fue muy oportuna la actuación del Foro valenciano de la familia, el martes 6 de octubre, en la Casa de la Cultura de Xátiva, con el cine-forum de "Bella", una película muy bonita que nos hace pensar.Y además, con gran despliegue informativo.
Se aproximaba ya la fecha del evento, y todavía no teníamos autobús, pero el Señor vino en nuestra ayuda; nuestros amigos de Canals nos brindaron todo su apoyo, y el sábado, 17 de octubre, partía el autocar hacia Madrid lleno de manifestantes ilusionados.
El viaje transcurrió sin novedad. Aunque no viajaba con nosotros ningún religioso, lo primero que hicimos fue una oración para ofrecer a Dios nuestra jornada, y pedir al Ängel de la Guarda su protección.
Después de una corta parada en ruta, disfrutamos de una buena peli: "Gran Torino", que os recomiendo. No es adecuada para niños por el vocabulario que emplea, propio de los bajos fondos, pero para mayores es estupenda. Trata de la conversión de un hombre.
Una vez llegados a Madrid nos apeamos en la Avenida de Barcelona, caminamos hacia la estación de Atocha, y de allí, al Parque del Retiro.Había mucha gente. Nos sentamos en la hierba, formando un corro, a la sombra de un árbol, y comimos de buena gana entre risas y bromas.
Gracias al móvil pude comunicarme con mi hija y mi nieta mayor, que habían viajado con Provida desde Valencia, y estaban también allí comiendo en el Retiro. Vinieron muy contentas a saludarnos, después nos despedimos y cada cual partió con su grupo hacia la Puerta del Sol.
El día era sereno y apacible. El cielo azul, luminoso, y el sol, espléndido, pero tampoco hacía calor. Ni una sola nubecilla que hiciera temer a los más pesimistas que se aguara la fiesta. Para mí está bien claro, el Dios de la Vida nos acompañaba.
Las calles de Madrid eran ríos de gente. Gandes y chicos se acercaban animosos al lugar del evento. El vasto "aforo" se llenó de pacíficos manifestantes. Habían llegado de toda España muchos jóvenes, familias con sus hijos, y también algunos mayores. Vi a uno de éstos, apoyado en su bastón y sentado en una silla de cartón. Pero quiso estar allí. Todos estábamos allí para manifestar un rotundo NO al aborto y nuestro comprometido Sí a la vida.
Conforme nos íbamos acercando, empezamos a oír el conocido canto de "Libertad, libertad, sin ira, libertad", que nos recordaba aquella primera convocatoria electoral de los años de la transición, comienzo de nuestras libertades democráticas.
Poco después comenzó el acto con un saludo de bienvenida, y escuchamos el sincero testimonio de algunas valientes mujeres. Y lo digo tanto por aquellas que recibieron ayuda a tiempo y no llegaron a abortar, como por aquellas que cayeron en la trampa y luego han puesto su vida al servicio del bien y de la vida.
Para sufragar los gastos de la manifestación se nos pidió la aportación de 1 euro, invitándonos a hacerlo enviando un MSM con la palabra "vida" a un número que se nos indicaba. Para no colapsar el sistema, se hizo por comunidades autónomas, de modo que esto habrá servido también como registro de participación. Los que no disponían de móvil podían hacer su aportación por medio de las huchas que portaban unos jóvenes voluntarios acreditados.
Luego vimos en la pantalla gigante a Eduardo Verástegui, el flamante director de la película "Bella", que he citado antes. Me gustó mucho la defensa que hizo del varón, el gran excluído por las feministas en su horrible dictamen de muerte: "nosotras parimos, nosotras decidimos... El padre, -dijo-, sin cuyo concurso no hay fecundación, debe ser el primer implicado en la defensa de la vida .
Habían acudido igualmente a Madrid representantes de las organizaciones por la vida en Portugal, Francia, Alemania e Italia, que nos animaron con sus mensajes a luchar unidos por la erradicación de esta lacra universal que es el aborto.
El ambiente era tranquilo y relajado. A los que temen las aglomeraciones quiero decirles que no hubo gritos ni empujones, que no íbamos contra nadie, que allí reinaba la paz. Hubo, eso sí, alegría y canciones, y fue muy emotivo cuando alguno de esos conocidos cantos fue coreado:
"Creer que se puede, querer que se pueda,
quitarte los miedos, sacarlos afuera,
pintarte la cara, color esperanza,
retar al futuro con el corazon, oh, oh, oh,"
Yo me emocioné con aquella vieja canción:
"Que canten los niños, que alcen la voz,
que hagan al mundo escuchar.
Que unan sus voces y lleguen al sol,
que en ellos está la verdad.
Que canten los niños que viven en paz,
y aquellos que sufren dolor,
que canten por esos que no cantarán,
porque han apagado su voz.
Yo canto para que me dejen vivir,
yo canto para que sonría mamá,
yo canto para que sea el cielo azul,
y yo para que no ensucien el mar...
Yo canto para que se escuche mi voz,
y yo para ver si les hago pensar,
yo canto porque quiero un mundo feliz,
y yo por si alguien me quiere escuchar...
Qe canten los niños, que alcen la voz...
Yo canto para que sea verde el jardín,
yo canto para que no apaguen el sol,
yo canto porque quiero un mundo feliz,
yo canto para que no se escuche el cañón.
Yo canto por los que no tienen pan,
yo canto por los que no tienen voz,
yo canto por el que no sabe escribir,
y yo por el que escribe versos de amor...
Que canten los niños, que alcen la voz..."
A continuación se leyó el Manifiesto por la vida, que escuchamos con atención y apludimos con fuerza. Son las peticiones que hacemos al Gobierno para que cambien las leyes y el aborto pase a ser un horror del pasado.
Después, D. Benigno Blanco dió las gracias a todos los participantes, animándonos a trabajar en defensa de la vida y de los débiles.Y deseando un buen viaje a los que habíamos llegado de fuera, dió por concluída la manifestación.
La gente se fue marchando tan ordenada y pacíficamente como había llegado. El amplio Paseo de la Castellana rebosaba armonía. Aquel emocionante y esperado día de otoño tocaba ya a su fin.
Al volver donde nos esperaba el autobús, ciertamente un poco cansados, todos decíamos:¡Ha valido la pena!
Mi amigo Ricardo añadió: Y si se ponen un poco cabezotas, ¡volveremos!
Ni fue un acto político, ni religioso. Fue el encuentro de más de dos millones de españoles que aman la vida y la familia, y la defienden. Y ese día estábamos en Madrid representando a muchos millones más que sienten como nosotros y que no pudieron ir, pero su corazón estaba también allí.

El sueño de Fray Fidel

En un pueblecico
érase una vez
un buen frailecico
llamado Fidel.

Vivía en el convento
desde que era chico,
y de todo el mundo
era gran amigo.

De buena mañana,
como cada día,
toca la campana
lleno de alegría.

Convoca a la Misa,
a las doce, Angelus,
y reza despacio
el Santo Rosario.

Tenía el convento
una fuentecica
de cantar alegre
y agua cristalina.

Allí se reúnen
los niños del pueblo
mientras Fray Fidel
les cuenta algún cuento.

Y aquel frailecico
que hablaba risueño
era tan feliz
cual del mundo dueño.

...

Como es ya muy viejo
el padre prior
le libra de cargas
de mucho sudor.

El buen Fray Fidel
se puso a pensar
pues, ¿qué voy a hacer?
no sé descansar.

Y al caer la tarde
propuso a los chicos
hacer un Belén
y cantar al Niño.

-Aún falta mucho
para Navidad.
-No importa, que es mucho
lo que preparar.

Con una bolita
debarro cocido
hacemos la cara
del Recién Nacido.

El cuerpo, de alambre,
y una camisita;
ya le han colocado
sobre las pajitas.

Los ojos pintados,
la boca y nariz...
el Niño sonríe
y parece feliz.

Pasaban los días,
las tardes, también;
los niños acuden
a hacer el Belén.

Le traen palitos
y alguna madera,
un poco de lana
y trozos de tela.

¡Faltan pocos días
para Navidad!
Voy a darme prisa
para terminar.

Fray Fifel estaba
muy ilusionado
pero aquella noche
se acostó cansado.

Fray Fidel dormía
y a la vez, soñaba
que allí, con María,
el Niño lloraba.

¿Por qué llora el Niño?
-preguntó José.
_¿Qué tienes, mi cielo,
que yo no lo sé?

¿Tienes frío, acaso,?
¿Tienes hambre o sed?
Dime por qué lloras;
yo te cuidaré.

El Angel se acerca
y le dice al oído:
-Yo sé los secretos
del Recién Nacido.

El Niño no llora
de hambre ni sed;
llora por aquellos
que ve padecer.

El mundo es injusto;
los hombres no entienden,
y así, unos derrochan
y otros carecen.

María pregunta:
-¿Se puede arreglar?
Y el Angel responde:
-Es cuestión de amar.

¡Fray Fidel, despierta!
Es de día ya.
¡Toca la campana,
que hoy es Navidad!

-No llores, Jesús,
Salvador bendito,
que quiero ser pobre,
quiero ser tu amigo.

Pues, si siendo rico,
pierdo tu amistad,
¿qué sentido tiene
ya la Navidad?

Hoy, al llegar los niños
quiero contarles,
en vez de cuento, el sueño,
para animarles.

Les diré que no puede,
con falsedad,
vivir un cristiano
la Navidad.

¿Y si no me atrevo?
-piensa el buen Fidel-
Ya los chicos entran
en grande tropel.

-Buen día,Fray Bueno,
pues¿qué tal está?
Tome este regalo,
¡feliz Navidad!

-Pero si yo no...
-Si le va a gustar.
Todos han pensado,
como regalo
pedir al Rey Mago
un dromedario.
y aquí está el dinero
para comprarlo.
-¿Un dromedario?
-O una vaca, quizá,
que dé buena leche
y pueda saciar.
A unos nos sobra,
y a otros les falta,
este año, de Reyes,
pedimos la vaca.
Jesús nos ha dicho:
"A esto he venido,
a salvaros del mal
y del egoísmo"

Fray Fidel le abraza
muy emocionado,
y los niños se agolpan
en torno al anciano.

Y todos contentos,
los grandes y chicos,
en la Navidad
cantan villancicos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Fiesta de San Francisco de Asís

Este domingo, 4 de octubre, fue un día grande para mí.

Como madre, porque vinieron mis hijos a Anahuir y tuvimos paella familiar; es cosa que agradezco mucho al Señor, poder reunirlos y verlos sanos y contentos. Cada día doy gracias a Dios porque mis hijos se quieren y están unidos y le pido que, además, les conceda el don de la fe, que es el mayor bien que podemos tener en la vida.
Rafa y Herminia no estaban, pero su ausencia fue también motivo de gozo para mí, pues ese fin de semana, en Godella, iniciaron el Encuentro matrimonial, que comienza con un retiro espiritual. Esto puede ayudarles mucho como esposos y como padres.

Por la tarde fuimos al convento de Consolación, había una celebración de la Eucaristía en la que otra señora y yo hicimos la Promesa temporal, para 3 años.
Fue una Misa muy bonita, concelebrada por mi buen amigo, D. Antonio Ballester, un viejo muy joven, que hizo la lectura del Evangelio con la parábola del sembrador. Y por D. Vicente Grau, nuestro fiel consiliario, sacerdote dominico, que me encanta con sus homilías. Pepe y Elisa, mis hijos mayores, se encargaron de la primera lectura y el Salmo.
Pero lo más sonoro fueron los cantos del coro. Me siento muy agradecida a Rafa y Alfredo, a Marta y Mari Nieves, y a mis dos Cristinas, que hicieron unos solos geniales. Si nuestras oraciones y cantos se unen a los de los ángeles y santos del Cielo, esta vez casi estuvimos a su nivel.

Y bueno yo, qué deciros, siempre he sido muy religiosa. Desde el día de mi nacimiento, soy "Hija de María " en mi querida parroquia de Bicorp. De niña, me gustaba ir a Misa con mi madre, y me ponía muy contenta cuando llevaba a la iglesia un ramo de flores de nuestro "jardín" , como llamábamos al pequeño espacio de la huerta que dedicábamos a este fin.
Algunas veces oí decir que me haría monja, y lo pensé en muchas ocasiones a lo largo de mi vida. Pero tal vez el Seños me llamaba por otro camino, y a los 14 años me enamoré del que sería mi marido.Y como cada uno "tiene que florecer allí donde está plantado", he procurado escuchar y seguir la voz de Dios desde este lugar.
Yo no fui a colegio de monjas, ni tuve nunca contacto con ellas, aunque tengo una prima carmelita a la que quiero mucho, pero quizá porque me impactó la lectura de la vida de S.Francisco de Asís, siempre pensé que si llegaba mi oportunidad, sería franciscana.

Pasaron los años, y desde el 2006, soy asidua oyente de Radio María. Por esta emisora, que ha sido mi maestra y mi alegre compañía, he sabido los santos de cada día, y me llenó de alegría saber que yo nací el día de Sto. Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos y gran difusor del Rosario, del que soy, como mi madre, muy devota.

Poco tiempo después, en 2008, nos trasladamos a Xátiva. Y comencé a frecuentar el convento de Consolación. Quedé prendada de las Hermanas, de su sencillez y alegría , vida y obra. Yo las llamo monjas de apertura, no de clausura. Me invitaron a una reunión de la Fraternidad; desde entonces he sido novicia, y ahora ya, dominica seglar.
Y como Dios me quiere y me mima, lo ha organizado todo para este día 4 de octubre. Como si quisiera decirme que también S. Francisco me envía su beneplácito.

Sólo quiero acercarme a Dios, seguir a Jesús con el estímulo de tantos santos y fieles seguidores.
Y acercar a los que pueda a su llama de amor viva. Elisa.