jueves, 24 de febrero de 2011

Las siete maravillas

LAS SIETE MARAVILLAS

La maestra había hablado a los niños de las siete maravillas de la antigüedad clásica. Después, les hizo reflexionar sobre las maravillas del arte, de la naturaleza, de la ciencia…Y para que se grabara en su memoria, y también, por ver si lo habían entendido, les pidió que hicieran una redacción.

Los niños iban entregando sus cuadernos, pero una niña lo guardó en su cartera.

La profesora le preguntó: ¿No has escrito nada?

La niña respondió que sí, pero no sabía si le iba a gustar.

Cuando la maestra lo leyó, quedó sorprendida:

“La primera maravilla es poder ver. Yo veo el cielo, las flores, mi mamá, mi papá…

La segunda es poder oír: mi abuela me cuenta cuentos, mi mamá me canta…

La tercera es poder hablar, cantar y reír. Los animales tienen su lenguaje, y los pájaros cantan, pero ninguno sabe reír ni sonreír.

La cuarta es poder andar, correr, saltar. Las plantas son bonitas, pero no se mueven.

La quinta es poder jugar, ¡Es tan divertido!

La sexta es poder aprender. Aprendemos a leer, a escribir, a contar, a dibujar, a rezar…

La séptima es la más importante: es poder amar.”

Tres formas de plenitud

Este es un escrito breve, pero que me ha gustado como reflexión. Como en tantas ocasiones, doy las gracias a Radio María.

TRES FORMAS DE PLENITUD

Podríamos comparar la plenitud espiritual de un ser humano a tres ejemplos:

1.- El vaso de agua. El vaso tiene y retiene cierta cantidad de agua. Esta puede aumentar hasta llegar a los bordes .La persona así puede crecer, ser admirada…

2.- El canal. El canal transporta el agua. Representa la persona activa, comunicativa. Pero no retiene. Sin oración, sin meditación, sólo con sus solas fuerzas, el caudal se seca.

3.- La fuente. En el manantial se reúnen las pequeñas gotas que fluyen a través de la tierra. La fuente tiene, retiene, y mana. Dios es la fuente que mana día y noche.

Nosotros estamos creados a imagen y semejanza de Dios Padre.

El Cristo de la buena muerte

EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE

Ahora se usan muchos eufemismos: muerte digna, etc. Pero a los cristianos nos gusta la verdad, esto, es llamar a las cosas por su nombre.

Y meditando que Cristo es nuestro modelo en todo, podemos decir que también lo es en la muerte.

Alo largo de la Pasión se suceden las escenas de dolor.

Jesús podía haber muerto en la cruel flagelación, o en largo camino hacia el Calvario, cargado con el madero, o cuando cayó al suelo…

Pero tenía que ser alzado, para que todos pusieran sus ojos en El.

Y como sucediera con la serpiente de bronce que hizo Moisés, “los que la miraban quedaban curados.”

En el pasaje de la crucifixión, narrado por los cuatro evangelistas, podemos reflexionar sobre la actitud de algunos personajes.

La gente. Aquellas personas que se apretujaban para ver sus milagros, que sacaban a los enfermos para que los curase, que escuchaban su predicación y decían que “hablaba con autoridad”, no le habían entendido.

Esperaban un Mesías guerrero, que aplastara a todos sus enemigos, que los librase de la dominación romana. Viéndole allí muerto en la cruz, no le reconocieron como Mesías.

Los teólogos. Los sacerdotes, escribas y fariseos esperaban un Mesías con poder, para que restaurase el antiguo esplendor del Templo y del culto. Con esa actitud dicen:”Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz, y creeremos en él”.

Pero Jesús pensaba en tantos miles que no podían bajar de su cruz, y no se bajó.

El había dicho: “Quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.

Los ladrones. El malo le increpaba: “¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros!

Pero el buen ladrón, el arrepentido, aunque era igualmente ladrón, nos da la pista a seguir: “Acuérdate de mí, Señor, “

Y Jesús no se hace esperar: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

viernes, 4 de febrero de 2011

El libro de Timothy

(Del libro “¿Por qué hay que ir a la Iglesia?” de Timothy Radcliffe)


El hombre ha vuelto al hogar con Dios. Por ello, comenzamos todas las Eucaristías, (Eucaristía = acción de gracias), bendiciéndonos a nosotros mismos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

A continuación, confesamos nuestros pecados. Esto puede parecer una forma lóbrega de comenzar una celebración. Parece como si, para ser bienvenidos a la fiesta, tengamos primero que sentirnos mal con nosotros mismos. Parece como si Dios únicamente nos aceptara si nos sentimos culpables.

Pero nosotros no confesamos nuestros pecados para remover ningún sentimiento de culpabilidad. Si vamos a confesarnos, no es para suplicar el perdón de Dios. Es para darle gracias por ello…

Cuando Dios perdona nuestros pecados no está cambiando la opinión que tiene de nosotros. Antes bien, con ello, está cambiando la opinión que nosotros tenemos de Él. No cambia Él; su actitud no es jamás otra que la de amar. Dios es amor.

Así pues, comenzamos este primer acto de la Eucaristía con una profesión de fe, creemos que todos nuestros pecados nos son perdonados, antes incluso de cometerlos.

Creemos que nuestro Dios es misericordioso y amoroso, y no un juez colérico.

La Biblia suele hablar de la ira de Dios, y es legítimo hablar metafóricamente de la ira de Dios ante el sufrimiento y la injusticia del mundo, rabia ésta que también nosotros hemos de aprender a sentir. Pero Dios no está enfadado con nosotros.

Nos lamentamos de la pérdida del sentido del pecado en la sociedad contemporánea.

Pero para un cristiano el pecado es entendido siempre como aquello que se puede perdonar. No podremos tener un sentido objetivo del pecado hasta que no comencemos a vislumbrar el perdón incondicional y amorosamente libre de Dios.

Decirles a las personas que son unos pecadores, antes de que puedan acceder a esta conciencia, sería infructuoso. Si de algo sufre nuestra sociedad es de un exceso de culpa: por no lograr ser los padres maravillosos que nuestros hijos merecen; por nuestra riqueza y bienestar en una sociedad global en la que millones de personas mueren de hambre; por nuestra participación en la expoliación del planeta…

Esta culpa, que sería un estado psicológico de angustia más que el reconocimiento objetivo de nuestras faltas, puede hacer que nos sintamos desesperanzados y desvalidos.

Son muchas las personas que instintivamente hacen oídos sordos al cristianismo, porque se sienten ya tan abrumados por la culpa, a duras penas contenida, que lo último que necesitan oír es que les digan que son unos pecadores.

Pero, porque creemos en el amor y el perdón incondicional de Dios, es por lo que podemos atrevernos a abrir los ojos al dolor, y al daño que han generado nuestros actos, sin asustarnos, pero con pesar.

El pesar es la conciencia sana del daño que hemos hecho a los demás y a nosotros mismos, en tanto que la culpa puede derivar de una concentración narcisista en mí mismo: ¡Soy un ser tan despreciable!

El pesar no es un signo de que estamos lejos de Dios, sino de que la gracia sanadora de Dios ya está obrando en nosotros, ablandando nuestros corazones, haciendo que sean de carne, y no de piedra.

Una gélida noche iba en bicicleta, y olvidé los guantes. Cuando llegué a casa, tenía las manos tan entumecidas que no podía sentir nada. Comenzaron a dolerme cuando entré en el calor de la casa y la sangre retornó a los dedos.

De forma similar, el pesar es una señal de que hemos sido tocados por la calidez de Dios.

Sentimos dolor porque estamos saliendo de la congelación. A este pesar se le llama “contrición” ( )

La Eucaristía es un misterio, no porque sea misteriosa, sino porque es un signo del designio secreto de Dios, que es el de unir a todas las cosas en Cristo.

Es la voluntad de Dios que seamos recapitulados en una unidad, reconciliados los unos con los otros. Por eso pedimos la intercesión a nuestros hermanos, a los ángeles, a los santos.

Es un signo de que estamos dispuestos a ser recapitulados en la paz de Dios junto con el resto de la Creación.