viernes, 27 de noviembre de 2009

El gran descubrimiento

El gran descubrimiento.

Alguien me habló de encontrar a Dios en la natura,
y yo corrí hacia el mar, crucé campos y senderos.
Miré en espigas y en flores.
Todos me hablaban de Dios, de su cuidado y esmero.
Pero no vi a Dios; no estaba allí.
Sólo había noticias de él, rumores, recuerdos...

Pregunta a los sabios de Dios, -otros dijeron.
Busqué al místico, al teólogo y al lama.
Recorrí templos y monasterios.
Escuché santas ideas, comentarios, oraciones, sentimientos...
Ellos vivían con Dios, pero yo no logré verlo.

Dios bajó hace tiempo ya, busca en los barrios,
en la lucha del hombre por el hombre, -sugirieron.
Busca en la selva, en la cárcel, en chabolas...
Y sólo hallé recuerdos.
Recuerdos de algo que El dijo,
de interpretaciones, de ideas y de sueños.
Pero a Dios yo no lo vi,
tal vez no estaba allí, se fue hace tiempo.

Entonces, desencantado, creí que no estaba en ningún sitio,
o que estaba en el cielo, demasiado lejos,
y busqué en mi corazón otros asuntos.
¡Que siguiera Dios allá en su cielo!
Y al mirar allí, en mi corazón,
sentado entre injusticias y entre miedos,
entre dudas, rencores y esperanzas,
entre buenos y malos sentimientos,
estaba Dios allí, sentado y esperando.
No estaba en la tierra ni en el cielo.

Y me fuí a contáselo a la gente,
a gritar mi gran descubrimiento.
Y me encontré que Dios estaba en las montañas,
en las flores y en los monasterios,
en los barrios, en la cárcel, en la iglesia,
en la Biblia, en el cine y en los cuentos.
Resultó que Dios estaba en todas partes
cuando lo habías encontrado dentro.

Pintores

Acompañando a unos amigos, visité una exposición en la Casa de la Cultura de Xátiva.
Sean este poema y este cuentecillo mi pequeño homenaje a los artistas del pincel.


PINTORES
Para todos ellos; todos, uno a uno.

Luchan contra los vientos
y las negras mareas.
Son fieles a sí mismos
con todas sus consecuencias.

Una canción les corre
por las ardientes venas;
su sangre es marejada,
es lírica fuerza;
se hace lienzo, vida,
ocres, grises, esencias...
Es un desparramiento
de lo que dentro llevan.

Sus ojos roban montes,
árboles, ríos, callejas,
trozos de mar, plazas, barcas,
tierras húmedas y secas,
caminos que se pierden
en la lejanía incierta...

Rostros que hablan, a gritos,
de silenciosa manera.
Pintores, casi dioses,
de esta encendida pradera.

Anónimo.
Este poema está escrito en el suelo, a la entrada de la Casa de la Cultura de Xátiva, en la calle de Moncada.

CUENTO
Un famoso pintor invitó a sus amigos, amantes del arte, a la presentación de su último cuadro. Al retirar el paño que lo cubría, un ¡oh! de admiración llenó la sala. Era una obra maestra.
El lienzo representaba a Jesús llamando a una puerta. Se notaba la exquisita sensibilidad del artista, que era hombre de fe, en los rasgos de Jesús, en su cara, apoyada en la puerta, como si escuchara el interior...
El autor fue largamente aplaudido y felicitado. Sin embargo, no faltó entre los asistentes un crítico que buscara fallos. Alguien le dijo:
-Se ha olvidado usted un detalle.
-¿Cuál, amigo mío?
-La puerta de la casa no tiene cerradura.
A lo que el pintor respondió:
-Esa puerta no es la de una casa. Jesús llama a la puerta de nuestro corazón, y ésa sólo se abre por dentro.
Lo escuché en Radio María.

sábado, 14 de noviembre de 2009

No soy poeta

En mis años de estudiante me encantaba la asignatura de Lengua y Literatura. Aquel libro de Antología poética y literaria, que apenas leíamos en clase por falta de tiempo, yo lo leía y releía...
Tambien estudié que la poesía no debe tener una finalidad; el poeta expresa sus pensamientos y sentimientos, pero sin buscar otro fin que el darlos a conocer, en todo caso motivar y educar la sensibilidad. Y yo soy una muestra de ello: aquellas buenas lecturas me formaron.

Después, al casarme y tener a mis hijos, ya no pude leer. Mi vida y mi tiempo no eran míos.
Así pasaron los años, y siendo abuela, comencé a escribir. No sé si lo hago bien, pero me esmero y pongo todo mi cuidado en ello. Y esto por una razón: proclamar y transmitir la fe, que llevo como un tesoro en vasija de barro, como dice San Pablo.
Por tanto, si persigo una finalidad, ya no soy poeta. Este "Canto a la vida" me llovió felicitaciones, y alguna crítica que acepto con gusto. El relato no sé si está claro, pues el escribir en verso me obliga a resumir, tal vez algún día haga algunas aclaraciones para su mejor comprensión.

Este escrito, del año 2001, fue mi respuesta a un buen amigo.

NO SOY POETA

Alguien me ha dicho
que no soy poeta,
y es verdad;
y, sin presunción lo digo,
tal vez ni quiero serlo
en realidad.

De niña sólo soñaba
con ser maestra de pueblo,
o de aldea,
pues crecí entre gente ruda,
pero con el alma llena
de nobleza.

También comencé muy niña
a rezar las oraciones
con mi madre,
para pedir al Señor
que diese el don de la fe
a mi padre.

Pude cursar mis estudios
por un milagro de Dios
que me ama,
Y me sentí tan feliz
que deseé que el estudio
no acabara.

Apenas pude ejercer,
pues me enamoré muy joven,
casi niña.
Todo lo dejé gustosa
para unirme al hombre que amo
todavía.

Mi espíritu decantado
como el vino del lagar,
con los años,
ya no sueña en enseñar
a los niños de mi pueblo,
ni lejanos.

Pero aquella semillita
de pedir a Dios la fe
ha crecido;
ahora es árbol frondoso
que a la humanidad entera
da cobijo.

Yo siento como San Pablo
que, comparado con Dios,
todo es nada,
y predico con mis obras,
pero cuidando la boca
bien cerrada.

Tantos años de desierto
sin abrir un libro apenas
voy rumiando.
Vuelven a mi boca cuentos,
y poemas y canciones
voy cantando.

Un día, sin saber cómo,
se me ocurrió algo nuevo,
original,
y empecé a escribir en verso
como si Dios me mandase
predicar.

No utilizo la metáfora
ni palabras elegantes
de poeta,
sólo busco claridad
para que llegue el mensaje
de profeta.

No ansío fama ni gloria,
sólo una cosa anhelo
en mi vida:
que el mundo crea y se salve,
que surja una humanidad
redimida.
Dicho así
parece una quimera,
una utopía,
mas yo creo, Señor,
que estás a nuestro lado
día a día.
Que contigo nuestra barca
no naufraga;
que tu amor es infinito,
es nuestra paga.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Canto a la vida

Este largo poema lo terminé de escribir en la Pascua del año 2001. Y tiene su su historia.
Mi madre era una mujer muy buena y muy recta, por lo que fue muchas veces incomprendida y criticada. Yo misma, aunque la amaba, tardé muchos años para entenderla y valorarla. Entonces empecé a ilusionarme con la idea de escribir su vida, para reivindicar su figura, y poner las cosas en su sitio.
Pero mis ocupaciones familiares no me permitían hacer tal cosa, nunca pensé que pudiera hacerlo.
Siempre he sabido que Dios nos lleva de la mano. Un buen día, leí en el periódico la convocatoria de un concurso de poesía en la Comunidad valenciana. Había un solo premio, pero con una dotación económica significativa. Y pensé: ¿Y si yo lo consiguiera? Lo daría todo para los pobres. Esta motivación tuvo mucha fuerza en mí.
Pero ¿ sobre qué escribir? Hasta entonces mi insignificante obra eran unos cuentecillos para felicitar a mis nietos, ¿qué podía hacer?
Ya está, el mejor guión, la biografía de mi madre. Y, a ratos, escribí el borrador. Llevaba siempre en el bolsillo papel y lápiz, pues la inspiración me llegaba en cualquier momento. Luego, mis hijos lo pasaron al ordenador, hicieron las copias y lo presentaron al concurso.
Como era de esperar, no me llevé el premio, hubo trabajos mejores. Pero sí tuve la alegría de haber llevado a término aquella idea que parecía irrealizable.
Y aquí está. No es una obra maestra, pero sí mi obra preferida.


CANTO A LA VIDA

A las madres,
porque después de Dios,
no hay nada en la vida
como una madre.

Estrellita de Belén.


Prólogo.

Sentada junto a mi madre,
y próxima su despedida,
quiero escribir un poema,
como un cántico a la vida.
Quiero ser testigo fiel
de la historia de mi madre,
y es tanto lo que le debo,
que merece un homenaje.
El nacimiento
Nació en Bicorp, en la sierra,
pueblo de habla castellana,
gente noble, recia, llana,
cuyo sustento es la tierra.
Su padre, José Mengual,
de familia acomodada,
un hombre justo y cabal
que todo el mundo estimaba.
De familia más humilde
era Társila Valiente.
Valiente de corazón,
graciosa e inteligente.
Era muy trabajadora,
aunque menuda y pequeña,
y no sabía leer
porque nunca fue a la escuela.
Las familias numerosas
eran lo normal entonces.
Fue quinta entre nueve hermanos
en mil novecientos once.
-"Társila no tienes leche,
¿Cómo la vas a criar?
-No llores, pequeña mía,
Emilia te amamantará"
Tal cariño recibió
Amparo en aquella casa,
que volvía con frecuencia
durante toda su infancia.
Afecto que perduró
hasta el final de sus vidas,
con su "madre" centenaria,
y con Emilia, su hija.
La infancia
Mi madre me relataba
las cosas de su niñez:
abuelas Pepa y María,
¡cuánto las debió querer!
Y también de sus hermanas,
Társila era la mayor,
la que siempre la peinaba
y le tenía gran amor.
Su mejor amiga, Amalia,
que era de su misma edad,
juntas iban a la escuela,
a la fuente o a jugar.
Una vez fueron a Ayora
a la feria, con su padre.
Les dio un poco de dinero
¡Cuidado con malgastarle!
-Hay una sesión de circo,
vamos a ver payasadas.
Como Amalia era bajita,
solo pagó media entrada.
Con el dinero de sobra
se compraron un capucho
de "cacau" y de altramuces;
y se divirtieron mucho.

Para casi cien alumnas
llegó una nueva maestra:
Carmen Segura Martínez,
era joven y dispuesta:
Eran tiempos de escasez
y había niñas ausentes,
ir a trabajar al campo,
era delito frecuente.
También Amalia y Amparo
se turnaban el quehacer;
una al campo, otra a la escuela
eso no debía ser.
Doña Carmen fue a su casa
para hablarlo con sus padres.
Doña Carmen fue una madre,
una madre inolvidable.
Amparo dejó la escuela;
ya era una chica mayor.
Por ser alumna aplicada
tuvo diploma de honor.
Le hubiera gustado ser
También maestra de escuela,
pero era un sueño imposible,
y no lo dijo siquiera.
La juventud
"La casa del tío Mengual
contiene seis diamantes:
Társila, María, Amalia,
Amparo, Consuelo y Carmen."
Así cantaba la copla
de un amigo de mi madre.
Por desgracia, la pequeña,
contrajo un mal incurable.
Amparo fue su enfermera,
su amiga y su confidente.
Siempre allí, a su cabecera,
ni novios ni pretendientes.
Cuando Miguel Suay Rubio
llegó a Bicorp como médico
era simpático y joven,
causando mucho revuelo.
Iba a casa cada día
Para visitar a Carmen,
y así, como es natural,
se hizo amigo de mi madre.
Carmen murió con trece años,
mi madre tenía veinte;
la vida nos va enseñando:
una lección es la muerte.
¡Sentía tanto cariño
por aquella criatura!
Era un ángel en la tierra,
era un sinfín de ternura.
Hizo un viaje a Barcelona
para intentar olvidar,
pero volvió pronto al pueblo,
lo suyo no es la ciudad
Es tiempo para querer
y ayudar a la familia.
Pepe, casado y con hijos
la llevan de coronilla.
Y cabría destacar
a sobrinos predilectos:
Pepe y Juan Carlos, quizás,
con ellos está en el cielo.
. . .

La tía de Navarrés
pronto dará a luz un niño,
y tiene ya otros tres,
que necesitan cariño.
-Tía, no te preocupes,
que yo iré para ayudarte.
-¡Que venga la prima Amparo
que nos hace chocolate!
. . .
Después de un breve noviazgo,
se despidió de Juanito.
Era rico y buen muchacho,
pero un poco señorito.
Amparo era una mujer
sencilla y trabajadora,
no es raro que prefiriese
la vida de labradora.
Así, se casó con Pedro,
y eran pobres, pero ricos.
La guerra lo llevó al frente
cuando iba a nacer su hijo.
La guerra
No hay médico ni medicinas,
también escasea el pan,
no venden hilo ni aguja,
ni jabón para lavar.
Ponen la ropa a remojo,
ceniza y agua no más,
que el poco aceite que queda
hace falta al cocinar.
¡Han incendiado la iglesia,
han quemado hasta el altar!
¡Santa Cruz, patrona mía,
Tú nos tienes que salvar!
El nacimiento del niño
debió de ser complicado.
Amparo estaba muy grave
y llamaron al soldado.
Al recibir la noticia
pensó que era solo un truco;
el permiso fue muy breve
casi no estuvieron juntos.
Una pregunta en el aire
-sólo lo sabe el Bendito-
Si tú mueres y yo muero,
¿quién cuidará a nuestro hijo?

Llegan noticias del frente
que rasgan el corazón:
Francisco, hermano de Pedro
muerto en la confrontación.
Padres, hermanos y amigos
lo reciben con dolor.
Luisa estaba embarazada,
tiene dos hijos, ¡Señor!
Mi padre solía decir:
lo peor del mundo es la guerra;
todas las desgracias juntas
están presentes en ella.
Como un regalo de Dios,
Luis era un bebé precioso,
la alegría de su madre,
sonriente y cariñoso.
¡Qué hermoso ser como un niño
y vivir ajeno a todo!
Ir derramando alegría
no entender guerra ni odio.
La contienda terminó
y los hombres regresaron
Mi padre anduvo tres días
¡ Y vaya si se abrazaron!
La posguerra
Esperanza en su regreso
regocijo con su vuelta,
mas no hay cosecha en el campo
y vacía está la despensa.
Al terminarse la guerra,
mi madre va al hospital;
-sólo los enfermos graves,
apenas hay material
. . .
Quedan todavía penas
por aquel que no ha venido
-Mi hermano Juan en la guerra
o en la cárcel sin delito.
Hasta Alzira fue el abuelo
a lomos de un borriquillo
-Ha venido un compañero
me dirá algo del chiquillo.
Cuando por fin regresó
siete años tras su partida,
diéronle gracias a Dios
por recobrarlo con vida.
. . .
Fueron años de posguerra
de pobreza y privaciones,
pero también de riqueza
de esfuerzos y de ilusiones.
Como muchos bicorinos
emigran a Barcelona;
buscan trabajo, lo encuentran...
y al poco, a su casa tornan.
. . .
La herencia
Es muy grande la carencia
y el abuelo es recto y justo.
-Vamos a darles la herencia.
Lo poco ahora es mucho.
-Acuérdate lo que dicen:
"quien da los bienes en vida
se merece que le den
con un palo en la barriga."
Se reúnen los hermanos,
siete a la mesa en total.
Hay un lote más pequeño
con la casa familiar.
-¿Casa grande y con abuelos?
¡Vaya herencia interesante!
-Si alguien no quiere la casa,
yo le cambiaré mi parte.
Amparo tiene la casa
y quiere mucho a sus padres,
pero su salud es débil
para una casa tan grande.
-Alquilan una casa, padre.
Nos vamos a vivir allí.
-Nosotros sólo queremos
que estés tranquila y feliz.
La casa es una casucha
impropia para vivir,
Pedro y Amparo la dejan
blanca como un alhelí.
La madurez
Van olvidando la guerra
van construyendo la paz,
Luis ha cumplido diez años,
y en la familia, uno más.
Nace Elisa bien amada,
en casa humilde y en paz,
-"No soy rica, ¡millonaria!"-
se oye en la vecindad.
Si la llama una vecina:
-¡Sal, Amparo, corre, ven!.
Mi madre acude al instante
pues le gusta hacer el bien.
Pero si la llaman tres:
-Vente aquí un rato a "charrar"
-Lo siento, no puede ser,
tengo que irme a lavar.
Fueron años muy felices
por diversas circunstancias;
una, Don Julio Donato
médico amigo de casa.
Era pequeño y delgado,
creyente de corazón.
Era fuerte y delicado
cirujano y comadrón.

Con su esposa Doña Amparo,
y sus hijos Pepe y Gloria,
eran familia modelo
de gratísima memoria.
Varias familias del pueblo
vivían en pleno monte,
si tenían un enfermo,
Don Julio iba al galope.
Una vez se puso enferma
una madre de familia;
el médico, preocupado,
iba a verla cada día.
-Don Julio no puede estar
yendo y viniendo a diario.
Tráigala aquí a nuestra casa
y se acabó este calvario.
Trajeron a la mujer
con su hija ya mocita,
mi madre les preparó
la habitación más bonita.
Cuando se recuperó,
volvió a su casa otra vez.
Mis padres no hacían alarde,
vivían con sencillez.
Mi padre, hombre sencillo
y músico de ilusiones,
tocaba el acordeón
en fiestas y reuniones.
Todo era muy familiar,
las hermanas de mi madre,
y el Tío Pepe Careona,
primo hermano de mi padre.
Don Julio hacía reír
con lo que viniera al caso,
porque, además de buen médico
tenía alma de payaso.
. . .
Era un domingo de invierno,
y estaba cayendo el sol;
mi madre fue al gallinero
para darles su ración.
-¡Se ha escapado una gallina!
Y al intentar atraparla
quedó prendida ella misma
en la cerca electrizada.
Quiso soltarse y no pudo;
-¡Socorro, auxilio! Pedía.
Era un domingo invernal,
nadie de casa salía.
Amparo morir se siente,
mira al Cielo,
ruega al Padre;
y luego queda inconsciente.
-Me pareció oír a alguien,
creo que pedían auxilio.
No sé ni quien pueda ser.
Hace frío este domingo.
Hay una mujer de pie
junto a la larga alambrada;
tiene los brazos tendidos
y la cabeza inclinada
-Me creo que ya está muerta...
¡Parece el Dios en la Cruz!
-No la toques, que te engancha
vamos a quitar la luz.
Recobró el conocimiento
cuando despertó en su cama
rodeada de sus hijos,
su marido y sus hermanas.
-¡Esto hay que denunciarlo!
Le puede ocurrir a otro.
-No hace falta, lo han quitado.
Amparo pagó por todos.
. . .
La abuela Társila sabe
cuentos sin saber leer
"El comerciante Sevilla"
-Venga, abuela, otra vez.
. . .
Y llegó mi Comunión,
día grande por demás.
-Tiene que ir la mejor.
-Irá bien y nada más.
Así respondió mi madre
a un consejo afectuoso.
La sencillez y la gracia
son siempre lo más hermoso.
De ese día señalado
guardo muy grato recuerdo:
fui a comulgar con mis padres.
Aquello parece un sueño.
. . .
-La abuela está medio tonta,
nos cuenta el cuento al revés.
-Es que pierde la memoria
pero bien lista que es.
Ella misma lo explicaba:
-Tonta de los pies,
que de la cabeza
cualquiera lo es.
-Nos vamos a Barcelona,
madre, véngase conmigo.
Pepe se lleva a su madre,
la madre va con el hijo.
Salió a la calle ella sola,
a la calle a pasear.
-¿Dónde vive mi María?
Se ha perdido en la ciudad.
-La abuela no está bien ya,
hay que llevarla al asilo.
-Pero ella nos cuidó a todos...
Juan ha ganado el partido.
¿Cómo sabes estas cosas
si eras muy pequeña entonces?
Yo jugaba a las muñecas,
y escuchaba a los mayores.
Y la abuela se quedó
en el pueblo para siempre,
hasta el día que murió,
tan graciosa y tan alegre.
. . .
Doña Pepita, mi "seño",
como se diría ahora,
era una mañica alegre,
eficiente y cumplidora.
Sabéis que en la escuela entonces,
al preguntar la lección,
si sabes, pasas y subes;
o baja el escalafón.
Lo imperfecto del sistema:
que creces en vanidad,
o por un simple problema
puedes echarte a llorar.
-No te apures, hija mía,
si no eres la primera.
Mira yo, entre mis hermanas,
ni la mayor, ni pequeña.
Aunque seas del montón,
esfuérzate por ser buena,
que eso es lo que agrada a Dios
y ayuda a que otros lo sean.
. . .
Era el día de la madre,
entonces la Inmaculada,
y las niñas de la escuela
con sorpresa preparada.
-¿Queréis leer poesías?
-Doña Pepita nos dijo-.
-Voy a decirle a mi madre
la más bonita que he visto:
"Hoy que es día de la madre
por todos tan celebrado
quiero ofrecerte, a mi modo,
el amor que yo te guardo.
Que es un amor verdadero,
en pago al que me das tú.
Es tributo que te debo,
es afecto y gratitud.
Por ser día de la madre
pido dos cosas al Cielo:
que vivas por muchos años
y que me sigas queriendo."
-Una vez más, el Señor,
me ha dado lo que pedí.
Gracias, Dios mío, eres grande,
confiaré siempre en ti.
. . .
Mi madre se puso enferma
por un tumor genital.
-Es necesario operarla,
tiene que ir al hospital.
Recordó a Miguel Suay,
era cirujano en Cuenca,
y escribieron a su amigo
que no tardó en la respuesta.
-Vente a mi casa, Amparito
y estarás con mi familia.
Después de la operación,
los cuidados de Cecilia.
Mi madre, muy animosa,
se fue ella sola en el tren.
La esperaban sus amigos,
no tenía qué temer.
Mi padre la fue a buscar;
todo salió formidable,
y volvieron agradecidos
de personas tan amables.
. . .
En la huerta que tenemos
hay un hermoso rosal,
margaritas, crisantemos...
Es un jardín de verdad.
Tan chiquito que parece
del país de Liliput,
tan cuidado cual si fuera
jardín de un príncipe azul
-Cuando vayas a la huerta,
acuérdate de las flores;
un ramo para la iglesia.
-Sí, madre, de mil amores.
Una tabla de lechugas
y otra para el tomatar,
un poco de cacahuetes,
de todo hay que cultivar.
Plantados junto al ribazo,
varios árboles frutales,
y un limonero, al abrigo
de los fríos invernales.
Mi padre siempre descansa
cuando sube, a media cuesta.
La madre pintó con cal,
¡Qué bonita está la huerta!.
. . .
Solía haber en las casas,
era una necesidad,
un mulo, conejos, cerdo
y gallinas en el corral
Y teníamos también,
dos cabritas que ordeñar,
a la mañana y la tarde,
leche para deleitar.
Yo me sentía feliz,
cuidando del cabritillo.
-Cuando lo venda esta vez,
compro botas al chiquillo.
-Madre, la cabra está mala,
no puede ni casi andar.
-Pues le traeremos hierba
y que no vaya a pasturar.
-Parece que tiene frío,
la pondré un ratito al sol.
Los cuidados de mi madre
la iban poniendo mejor.
-El pastor, que entiende de esto,
dice que la venderá,
que la cabra ya está bien
pero no puede criar.
Y estando un día mi madre
lavando en el lavadero,
pasó el rebaño delante
y detrás iba el cabrero.
Las mujeres que lo vieron
atónitas se quedaron:
la cabrita se quedaba
junto a su querida Amparo
. . .
Fue madrina de Teresa,
hija de su hermana Emilia,
en el día de su boda.
Y hubo foto de familia.
Mi padre, joven aún,
mi madre tan elegante,
mi hermano un mozo muy guapo,
y yo, de alegre semblante.
. . .
Los sobrinos han crecido.
Hoy se casan Blas y Fina
-¿Dónde van a convidar?
-Aquí hay casa y cocina.
Labrador de pocas tierras
poco tienes que labrar.
Poco labras, poco siegas
Pedro, hazte guarda rural.
Ahora ya cobra un salario,
el mínimo nacional,
pero cuenta entre su haber
una esposa excepcional.
-Ahora viene otro problema,
Elisa quiere estudiar.
-Pues que estudie,
que Dios nos ayudará.
. . .
Cerca de Benicarló,
en accidente fatal,
muere el hermano mayor,
hermano y padre ejemplar.
Amparo recuerda entonces
al hermano paternal.
Quiso estudiar y no pudo,
había que trabajar
Una noche que leía,
le cayó el candil al suelo.
¡Casi se quema la cama!
¡Cómo se puso mi abuelo!
Luis ha vuelto de la mili,
también se quiere casar.
Otro banquete en la casa,
otra fiesta en el lugar.
. . .
Ha muerto la abuela Társila
-¿Cómo ha ocurrido? ¿De qué?
¡Tan vivaracha y risueña!
Sólo ha muerto de vejez.
. . .
Luis y Mercedes son padres
vísperas de Navidad.
También la llaman Mercedes,
y es bonita de verdad.
. . .
Mi madre se ha puesto enferma,
van a operarla otra vez.
-Me han dicho que es un tumor;
no sé como quedaré.
-Mira Pedro, si me muero,
deberías de casarte.
No mires habladurías,
si es buena chica, adelante.
¡Ah! y no quiero coronas
aunque me gustan las flores.
Si queréis, ponedme un ramo,
pero no exageraciones.
-¿Qué cosas dices, mujer?
vas a vivir más que yo;
ya verás como te operan
y pronto estarás mejor.
El tumor era benigno.
Ella se recuperó;
y una vez más, dimos gracias,
a nuestro querido Dios.
. . .
-Elisa es ya maestra;
la iremos a acompañar
a los pueblos donde vaya.
¡Señor, qué felicidad!
Mi abuelo Francisco era,
joven y viejo a la vez,
de mañana, bebía agua,
y se iba a andar después.
-Abuelo, que hoy hace frío
-No importa, voy abrigado.
Esta es la mejor vacuna,
contra gripe y resfriados.
Cuando volvía a almorzar,
¿qué tal el paseo, abuelo?
-Cada vez lo hago más corto.
Ya estaba cerca del Cielo
-Buenos días, señor cura,
¿me podría confesar?
-Pues claro que si, Francisco,
confesar y comulgar.
-Mire, yo no iba a venir,
pero Amparo, que es mi nuera,
que me cuida y que me quiere,
me ha pedido que viniera.
-Abuelo, estoy muy contenta,
porque ha ido a confesarse.
-Yo también estoy contento,
¡ojalá hubiera ido antes!
. . .
La ancianidad
Elisa no va a los pueblos,
Elisa va a la ciudad.
Casada y con muchos hijos
la tenemos que ayudar.
-¿Cómo te las arreglaste
con nosotros, de pequeños?
-Gracias a Dios y a la abuela;
superabuela lo menos.
. . .
La casa es muy grande, Pedro,
vamos a partirla en dos.
Para Luis y para Elisa
y viviremos mejor.
Los inviernos en Bicorp,
los veranos al Ludey.
Pedro y Amparo ya gozan
tranquilos de su vejez.
-Abuela ¿hay conejitos?
-Sí, ahora los veréis.
-Abuela, ¿ nos haces minchos?
-Minchos y tortas también.
-No sé donde está el tabaco,
ni el mechero, ni el reloj;
Pedro está desmemoriado,
Amparo, un ordenador.
Algunos dicen, no en vano:
-vive para trabajar.
-No lo hace por dinero,
es por servir y ayudar.
-Viene Doña Inmaculada,
es una maestra joven,
con su niña y los gemelos.
Voy a ver lo que dispone.
A Francisco, nuestro cura,
le hacen falta zapatillas;
y no tiene leña, Pedro.
Llévale una carretilla.
-Madre, tiene que ir al médico.
-Al médico. ¿Para qué?
-Por ese bulto que tiene,
que no sabemos qué es.
-Me ha dicho que es una hernia
y que tiene solución.
Tengo que ir al cirujano,
que me hará la operación.
-¿Qué edad tiene? -Ochenta años.
Yo ya no me operaría.
-Dice el médico del pueblo...
Señora, no hay garantía.
Entramos en la ortopedia
y le toman la medida.
Hija mía ¿y con esto,
he de andar toda la vida?
Amparo sigue lavando,
barre y hace la paella.
Amparo sigue en activo,
el mal no puede con ella.
-Se casa la prima Amparo,
abuela, vamos de boda.
¿Nos harás una blusita
para vestir a la moda?
Los bordados, la mamá,
y los ojales la abuela;
una hilvana y otra cose.
Esto no corre, que vuela.
. . .
-El padre se encuentra mal.
-Pues vámonos a Valencia,
que vean qué es lo que tiene,
y se acaben las molestias.
-¿Qué es lo que tengo, hija mía,
que estoy cada vez peor?
Pues tiene un Cáncer maligno.
¿Cómo se lo digo yo?
Mi madre siempre rezaba
y mi padre creo que no.
Yo estaba muy preocupada
mi consuelo es la oración.
Don Pedro, cura de Cuenca,
vino a verlo a nuestra casa.
-No se preocupe, Don Pedro,
que yo iré donde haga falta.
Confesado y comulgado
salió al encuentro de Dios;
reconfortado y sereno
todo lo sobrellevó.
No fue larga su agonía,
el mes de mayo murió.
Fue María Auxiliadora,
se lo pedí en mi oración.
Mi madre ya con nosotros
para siempre se ha quedado.
-Madre, no se preocupe,
nunca me iré de su lado.
Estaba muy decaída
pero se ha recuperado.
-¿Abuela, ya estás mejor?
-¡Si voy a vivir cien años!
La abuela arregla la ropa,
todo cosido y planchado.
-Mira qué me das ahora,
que esto ya está terminado.
-Hoy hemos venido a verte,
es el día de tu santo.
Te vas a poner contenta,
vamos a hacerte un regalo.
-Tengo de todo, hijos míos,
no quiero ningún regalo.
-Este sí que lo querrás,
este será de tu agrado.
-¿Quieres venirte a Bicorp?,
nos vamos dentro de un rato.
Prepárate tus cositas...
-¡Ya está todo preparado!
Dentro del bolso se lleva,
loquita de la ilusión,
por si pudiera quedarse
peuques y camisón.
Por la calle de la iglesia
cogidita de su brazo
van a la misa mayor
que no caben de tan anchos.
-Hemos visto a la familia
y a los amigos de antaño.
¡Si pudiera estar allí!
-Si Dios quiere, este verano.
. . .
-Nos vamos de veraneo
a nuestro Bicorp querido.
Ya no estoy para estar sola,
voy a casa de mi hijo.
Poco duró la alegría
porque se cayó un porrazo.
así que al segundo día
ya se había roto el brazo.
Sin perder el buen humor,
dijo mi madre enseguida:
-Gracias a Dios, que ayer mismo
me fui a la peluquería.
Algunas cosas que hace
son para hacerle una foto;
por eso a veces la llaman
abuelita terremoto.
. . .
-Abuela, has de estarte quieta,
ahora, ya eres jubilada.
-¡Bah! Eso son tonterías
¿Por qué no puedo hacer nada?
. . .
-Madre, vamos a rezar
para dar gracias a Dios,
para aceptar lo que Él quiera,
porque sabe más que nos.
Si siempre nos ha cuidado
y llevado por buen camino,
¿Cómo piensa que a estas horas
la deje en un desatino?
Y recordamos la guerra,
enferma y sola con su hijo,
y también muchos milagros,
los favores que Él nos hizo.
¿Cómo, con tantas hermanas
estuvo en la soledad?
¿También su padre y su madre
la hubieron de abandonar?
...Los maridos en la guerra,
y los hermanos también.
El abuelo, enfermo y viejo,
la abuela, Valiente es.
Mujeres, niños y abuelos
de mañana al campo van;
y una se queda lavando,
y otra tiene que fregar;
Y otra hace la comida,
que poco hay que cocinar,
pero con tanta familia
algo habrá que presentar.
Por la noche, todos duermen
cansados de trabajar.
Amparo estaba acostada,
¿de qué iba a descansar?.
O porque lloraba el niño,
o le daba de mamar,
o piensa en aquel soldado
que quizá no volverá.
De día tiene visitas,
la noche es eternidad.
Sólo le queda un remedio,
medicina celestial:
Viendo a su hijito reír,
¿cómo ponerse a llorar?.
Es la luz de la esperanza,
el anuncio de la paz.
. . .
-Ya no volveré a decir:
¡que me apañe o que me muera!
Lo que me quede a vivir
¡Que sea lo que Dios quiera!
Una nieta que la baña,
otra las uñas le corta;
unos que le traen flores,
otros le repiten coplas:
-Abuelita, me dé pan.
-¿Y el que te dí?. -Me lo comí.
-¿Y el que te sobró?
-Miguelico se lo llevó.
-¿Y Miguelico?. - A labrar.
-¿Y lo que labró?.
-La gallinita lo escampó.
-¿Y la gallinita?. - A poner.
-¿Y lo que ha puesto?.
-¡¡La abuelita se lo comió!!.
. . .
Fue en el día del Pilar,
el patio estaba mojado;
dio un traspiés y cayó al suelo.
¡Qué mal paso había dado!
Yo no sé si fue del golpe,
-tenía en la nuca sangre-,
o las noches sin dormir,
que perdió el juicio mi madre.
Todo el cuerpo dolorido
de la cabeza a los pies
-La pastilla no hace nada,
no me la des otra vez.
La abuela se está quedando
sin fuerzas ni para hablar.
Viene Lucía y la abraza
y se esconde para llorar.
-Si disminuye el dolor
vamos a darle un sedante.
Aquella noche durmió.
-¡La abuela sale adelante!
Va recuperando fuerzas
mas no así el conocimiento,
Sufre una ansiedad terrible
no está quieta ni un momento.
Sólo piensa que le roban
dinero bajo el colchón.
-Entré a coger la toalla
y pensó que era un ladrón.
-Me está esperando mi padre,
tengo que irme a Bicorp.
-Ya vamos, madre, ya vamos.
¡Danos paciencia, Señor!
. . . Dos porrazos, dos trombosis
-¿Cuál era la pierna hinchada?
A su edad es increíble:
se queda como si nada.
Se levanta de la cama,
se levanta de la silla
el día menos pensado
la sacamos en camilla.
-Abuela, vamos de boda.
Se casan Cristina y Pepe.
Van a venir tus sobrinos,
toda la familia a verte.
Será todo familiar,
muy sencillo y muy alegre.
Tú tienes que estar muy guapa.
y hacerte la permanente.
. . .
Fue hacia mediados de agosto,
un domingo al mediodía,
no se encontraba muy bien
y devolvió la comida.
Pasó tres días con vómitos,
era una cosa increíble,
vino la médica a verle
y dijo que era insostenible.
-Hay que ir al hospital,
necesita unos goteros;
se puede deshidratar
si no actuamos a tiempo.
-Yo no quiero la eutanasia
ni quiero hacerla sufrir.
Confío a la Providencia
la dignidad de morir.
Al momento nos preguntan,
si la pueden operar.
Tiene la hernia estrangulada
y eso es peligro mortal.
Después de la operación,
una semana ingresada;
por no tener sano juicio
lleva las manos atadas.
Fue una semana muy larga,
pero todo va pasando;
volvimos a nuestra casa
y se fue recuperando.
-¿Abuelita estás mejor?
Vamos de boda otra vez,
Rafa y yo nos casaremos
el día de la Merced.
. . .
Y un final feliz
Mi madre ahora está mejor,
ya no tiene la ansiedad.
Incluso habla y razona
con mucha más claridad.
Si voy cargada, me dice
-¿Quieres que te abra la puerta?
Pues de su inutilidad,
ella no se da ni cuenta.
Aun en su silla de ruedas,
solo piensa en ayudar;
siempre ha vivido así,
atendiendo a los demás.
A Elisa la llama madre,
ahora es como una niña.
¡Madre amable y admirable,
yo te quiero, madre mía!
Pronto mi madre irá al cielo,
y tendrá vida mejor;
pues siempre entendió este mundo
como un servicio de amor.

Epílogo.
Una oración, dos sonetos.

He pensado presentarme
a un concurso de poesía,
pues no puedo competir
con la alta tecnología.
En mi casa, en las comidas,
está la tele enchufada,
y así, toda la familia
mientras come, está callada.
Hay demasiadas noticias
de atentados y de muerte,
y no podemos hablar.....
¡Padre mío omnipotente,
Tú quieres que yo te anuncie,
dame una oportunidad!
Yo no creo que haya musas,
sólo en ti creo, Señor.
He escrito lo que me has dicho
Tú eres mi inspiración.
Faltan noticias de vida;
yo quiero ser un mensaje
de sencillez y alegría.
¿Seudónimo? Pues a ver...
Voy a llamar a mi obra
"Estrellita de Belén"
Que sea como una luz
que, entre tanta oscuridad,
guíe a los hombre de hoy
hasta el humilde portal.

Santa Cecilia

Santa Cecilia

Se acerca ya su fiesta, el próximo 22 de noviembre, y por ser la patrona de la Música es una santa muy popular.
Quiero copiar aquí un poema de mi buena amiga Josefa Valls, una mujer sencilla, y como veréis, muy inspirada.


SANTA CECILIA

-Escucha, hermana, el sonido de la Vida,
que sintoniza con tu música interior,
murmullo de manantial y canto de ave,
de alondra y de jilguero copia el son.

De tí, Cecilia, decían que cantabas
cuando ibas al encuentro del Señor.
La alegría exultante que desborda
si oyes la voz del Padre en tu interior.

-"Tú eres mi hija amada, a tí te amo,
es por tí que canta el ruiseñor,
es por tí el rumor de la corriente,
la lluvia suave y el calor del sol;
el trueno que te asusta en su bramido
y el oleaje con su eterno son
que hoy es bravío, cual rumor de piedras,
mañana, fino latido de tu corazón".

Así es, hermana, el canto a la Vida,
oír que me ama quien está en mi yo.
El que nos dió oídos para oírle
en el murmullo de la Creación.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Ángel de la Guarda

EL ÁNGEL DE LA GUARDA
Con motivo de la festividad del Ángel de la Guarda, el día 2 de octubre, mi buen amigo, D. Antonio Bataller, capellán del Hospital de Xátiva, nos contó lo que le había sucedido:
"Terminada la guardia, una mañana me disponía a salir de mi trabajo a las 7´30. Suelo bajar la escalera a pie, pero aquel día me había retrasado un poco y tenía prisa, así que tomé el ascensor.
Las puertas se cerraron, pero sin que yo supiera por qué, el ascensor quedó bloqueado y no funcionaba; tampoco las puertas se podían abrir.
Me santigüé, suspiré y miré el reloj; iba a hacer tarde.
Saqué el móvil y llamé para decir que estaba bien, pero me iba a retrasar un poco.
Después llamé a la centalita del Hospital, pero no había nadie, los empleados de la misma comienzan su trabajo a las 8.
Luego marqué un número para emergencias que figuraba en el ascensor, pero tampoco tuve respuesta.
Recurrí a la policía, pero no tenían ningún agente disponible en ese momento.
Por último, me acordé del Ángel de la Guarda, ese "que Dios pone a cada uno de nosotros para que nos guarde en la tierra y nos guíe hacia el cielo". Lo primero, le pedí perdón, por haberle dejado para el último lugar. ¿Cómo había podido ocurrirme eso a mí, siendo sacerdote y tan devoto suyo? Si le rezo cada día, pero en fin...
Una vez pedido perdón, le pedí humildemente su ayuda.
Y entonces, ¡Oh maravilla! las puertas se abrieron y pude salir y bajar por la escalera.
En la planta baja notifiqué rápidamente la avería."
Esto es un hecho real. Gracias, D. Antonio.

Comentario al Evangelio

Comentario al Evangelio. Marcos, 12, 38-44

UNA ILUSION ENGAÑOSA


Son muchos los que piensan que la compasión es una actitud absolutamente desfasada y anacrónica en una sociedad que ha de organizarse sus propios servicios para atender a las diversas necesidades.

Lo progresista no es vivir preocupado por los más necesitados y desfavorecidos de la sociedad, sino saber exigir con fuerza a la Administración que los atienda de manera eficiente.

Sin embargo, sería un engaño no ver lo que sucede en realidad. Cada uno busca su propio bienestar luchando incluso despiadadamente contra posibles competidores. Cada uno busca la fórmula más hábil para pagar el mínimo de impuestos, sin detenerse incluso ante pequeños o no tan pequeños fraudes. Y luego, se pide a la Administración, a la que se aporta lo menos posible, que atienda eficazmente a quienes nosotros mismos, hemos hundido en la marginación y la pobreza.

Pero no es fácil recuperar "las entrañas" ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha instalado en su pequeño mundo de bienestar. Mientras sólo nos preocupe cómo incrementar la cuenta corriente o hacer más rentable nuestro dinero, será difícil que nos interesemos realmente por los que sufren.

Sin embargo, como necesitamos conservar la ilusión de que en nosotros hay todavía un corazón humano y compasivo, nos dedicamos a dar "lo que nos sobra".

Tranquilizamos nuestra conciencia llamando a "Traperos de Emaús" para desprendernos de objetos inútiles, muebles inservibles o electrodomésticos gastados. Entregamos en Cáritas ropas y vestidos que ya no están de moda. Hacemos incluso pequeños donativos siempre que dejen a salvo nuestro presupuesto de vacaciones o fin de semana.

Qué duras nos resultan en su tremenda verdad las palabras de Jesús alabando a aquella pobre viuda que acaba de entregar sus pocos dineros: "Los demás han dado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir".

Sabemos dar lo que nos sobra, pero no sabemos estar cerca de quienes, tal vez, necesitan nuestra compañía o defensa. Damos de vez en cuando nuestro dinero, pero no somos capaces de dar parte de nuestro tiempo o nuestro descanso. Damos cosas pero rehuimos nuestra ayuda personal.

Ofrecemos a nuestros ancianos residencias cada vez mejor equipadas, pero, tal vez, les negamos el calor y el cariño que nos piden. Reclamamos toda clase de mejoras sociales para los minusválidos, pero no nos agrada aceptarlos en nuestra convivencia normal.

En la vida misma de familia, ¿no es a veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y la atención cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles la paga que aumentar el tiempo dedicado a ellos?

Las palabras de Jesús nos obligan a preguntarnos si vivimos sólo dando lo que nos sobra o sabemos dar también algo de nuestra propia vida.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Educación, tema importante

Mi hijo Daniel, que es maestro, me envió un correo que considero interesante. Lo pongo aquí, puede ayudarnos a reflexionar.


Los siete pecados capitales de los educadores
Todos nos equivocamos. La mayoría de las personas usa los errores para destruirse y sólo unas pocas los utilizan para construirse.

1.- Corregir en público.
Un educador jamás debería exponer la equivocación de una persona, por grave que sea. La exposición pública produce humillación y traumas difíciles de ser superados. Un educador debe valorar más a la persona que se equivoca que a su error. Corregir en público es grave, humillar es dramático.
2.- Manifestar autoridad con agresividad.
Cuando damos un espectáculo agresivo debemos pedir disculpas por la manifestación de intolerancia. Si tenemos valor para equivocarnos debemos ten coraje para corregir nuestro error.
Si insistimos en mantener la autoridad a cualquier precio no educamos ni formamos y nuestros alumnos repetirán estos comportamientos.
Nuestro autoritarismo controlará la inteligencia de los alumnos.
Los límites deben ser marcados, pero no impuestos. Algunas restricciones son innegociables, porque comprometen la salud y la seguridad, pero incluso en estos casos hay que sentarse y dialogar sobre los motivos de esos límites. El dialogo es una herramienta educacional insustituible. Debe haber autoridad en la relación padres-hijos, profesor-alumno, pero la verdadera autoridad se conquista con inteligencia y amor
3.- Ser excesivamente crítico obstaculiza la infancia del niño.
No critiquéis excesivamente. No comparéis unos con otros. Cada niño o joven es único. La comparación solo es educativa cuando es estimulante y no despreciativa.
Dad libertad para que tengan sus propias experiencias, aunque eso incluya ciertos riesgos, fracasos, actitudes tontas y sufrimientos, De lo contrario no encontraran su camino. La peor manera de preparar a los jóvenes para la vida es colocarlos en un invernadero e impedirles equivocarse y sufrir.
Tenemos que tener en mente que los débiles condenan, los fuertes comprenden, los débiles juzgan, los fuertes personan. Pero no es posible ser fuerte sin percibir nuestras limitaciones.
4.- Castigar cuando se esta enfadado y poner limites sin dar explicaciones.
Jamás castiguéis con rabia. No os dejéis esclavizar por la ira. Cuando sientas que no puedes controlarla, sal de escena, pues de lo contario reaccionareis sin pensar. Si un joven te hace daño, habla de tus sentimientos con él. Si se equivoca discute y dialoga las causas de su fallo, dale crédito. La madurez de una persona se revela por el modo inteligente con que corrige a alguien,
Jamás pongas límites sin dar explicaciones.
El mejor castigo es aquel que se negocia. Sancionar con castigos, privaciones y límites sólo educa si no es en exceso y se estimula el arte de pensar. El castigo solo es útil cuando es inteligente.
5.- Ser impaciente y desistir de educar.
Los alumnos insoportables son los que ponen a prueba nuestro humanismo.
Los padres brillantes y los maestros fascinantes no desisten de los jóvenes, aunque decepcionen y no den una recompensa inmediata. La paciencia es su secreto, la educación del afecto su meta.
6.- No cumplir con la palabra dada.
La relaciones sociales son un contrato firmado en el escenario e la vida. No lo rompas. No disimules tus reacciones. Se honesto con los jóvenes. Cumple lo que digas o prometas y si te equivocas, vuelve atrás y pide disculpas.
La confianza es un edificio difícil de construir, fácil de demoler y muy difícil de reconstruir.
7.- Destruir la esperanza y los sueños.
El mayor pecado capital que los educadores pueden cometer es acabar con la esperanza y los sueños de los jóvenes. Los jóvenes que pierden las esperanzas tienen enormes dificultades para superar sus conflictos. Los que pierdan sus sueños serán opacos, no brillaran, gravitaran siempre alrededor de sus miserias emocionales y derrotas. Creer en el más bello amanecer después de la más turbulenta noche es fundamental para tener salud psíquica. No importa la magnitud de nuestros obstáculos, sino el tamaño de la motivación que tengamos para superarlos.
Los padres y los maestros han de ser fuentes de esperanza, impulsores de sueños. Sin sueños no hay aliento emocional. Sin esperanza no hay coraje para vivir.

Una mirada hacia el Congo

Mi prima Pura, de Navarrés, tiene mi edad y desde niñas hemos sido muy amigas.
Luego la vida nos separa; ella me acaba de contar su vivencia como cooperante en África.

He pasado dos meses en Kinshasa como cooperante. Fui allí para ayudar a organizar una escuela y soy yo la que he aprendido mucho de aquella gente, de aquel país.
La primera impresión, dicen, es la que impacta. En mi caso me recibió un bofetón de calor húmedo propio del clima tropical, un policía al que tuve que sobornar para recuperar mi pasaporte y un grupo de personas que rodeaban el coche que me iba a llevar a la ciudad. Estaba muy oscuro, y al principio no los distinguía pero luego me di cuenta que eran niños. Los niños de la calle . Los “shegués” que llaman los congoleños

Piel de elefante hay que tener para contemplar diariamente a niños con mirada de hombre que está de vuelta de casi todo. Se sitúan en las ventanillas de los coches cuando te paras en los semáforos y siguen corriendo detrás después de arrancar si notan que has hecho el gesto de sacar la cartera. Se juegan la vida por un franco. Son más de 18.000 sólo en esta ciudad según la “Red de educadores de los niños y jóvenes de la calle”
¿Qué es lo que empuja a estas criaturas a vivir así? Las causas de este fenómeno son demasiadas: la situación económica, social y política del país. Los años 91 y el 93 les llaman en Kinshasa "los años de los pillajes" Las causa de estos hechos son largas de explicar, aunque es evidente que la pobreza y el hambre llevadas al extremo, hacen que uno se lleve por delante todo lo que pueda paliar las necesidades mínimas de cada familia, de cada persona . Y el pillaje en ese momento pareció que iba a solucionar algo. Algunos se dedicaron en cuerpo y alma, saqueando empresas, casas, fincas, hoteles y las pequeñas inversiones dedicadas al turismo Solo en el saqueo de Toyota se llevaron todos los todoterrenos que estaban en el almacén . Naturalmente Toyota se fue del país para nunca más volver. Otras fábricas, y empresas extranjeras hicieron lo mismo. Si antes del 93 había problemas para tener trabajo y los salarios estaban bajo mínimos, no hay que ser un lince para deducir lo que ocurrió después.Los padres ven pasar el día, las semanas, sin que haya una solución al problema más acuciante, el hambre. Y mandan a sus hijos a la calle a mendigar porque sus familias necesitan dinero para sobrevivir. Porque provienen de familias pobres que duermen en la calle. Porque sus padres han muerto por enfermedad o a causa de la guerra en el norte o porque les resulta imposible cuidar de sus hijos
Gedeón, 14 años afirma haber abandonado a su familia “sin motivo” para venir a la ciudad. Los dejó en el barrio de Kimbanseke. “Aquí, pido dinero a la gente y como todas las veces que quiero . Esto no era posible en mi casa “Unicef dixit: “Los niños de la calle no solo vagan dia y noche sin nada que hacer. Para sobrevivir, la mayoría trabajan más de diez horas al día. Distribuyen periódicos, limpian taxis, recogen chatarra, empujan carros, vigilan coches aparcados, venden caramelos, llevan el equipaje o mendigan. Algunos trabajan en la prostitución, como chulos, camellos, carteristas o para contratistas de edificios y dueños de garajes, o también en la agricultura”
En el avión de regreso coincidí con un misionero español que dejaba el Congo después de ocho años. Estaba destrozado por dejar para siempre ese país con todos sus problemas y había estado siempre trabajando con los “shegués”. Se entiende perfectamente que le costara dejarlosEn mi estancia en Kinshasa cada día los veía, y les guiñaba un ojo al saludarles. Todavía me emociona recordar su respuesta, levantando el dedo pulgar y una sonrisa grande, grande, que llega a ocultar unos ojos tristes , tristes. Son guapos que te mueres. Todos. Pero la vida les robo su infancia,

Experiencias congoleñas III
“ LA EDUCACIÓN ES EL ARMA MÁS PODEROSA QUE PUEDE USARSE PARA CAMBIAR EL MUNDO” Nelson Mandela

Seamos realistas.De película es la idea que tiene mucha gente cuando se habla de Africa. Hollywood ha conseguido que se asocie esta palabra a las aventuras de Tarzán , o del cazador Allan Quatermain , o el entramado amoroso de Streep y Redford en aquellas “Memorias de Africa “ donde tomaban el té con mantelería de lino envueltos en música de violines .
Pero la realidad es muy distinta

El Congo –Zaire es un país inmenso y la capital, Kinshasa tiene entre seis u ocho millones de habitantes, muchos de ellos desplazados de los Kivus, la zona asolada por la guerra No he podido leer ningún documento oficial en el que se diga con exactitud la población censada . Estos millones de africanos constituyen una variedad de etnias, lenguas y costumbres que sólo tienen en común el hecho de compartir la tierra, la pobreza y unos gobiernos impresentables. El colonialismo dejó un rastro de vergüenza e injusticia, pero los africanos que han gobernado desde 1960, ya independientes de Bélgica, han contribuido a que el pueblo congoleño ocupe uno de los últimos puestos entre los más pobres del mundo.

En Kinshasa hay pocas vallas publicitarias si lo comparamos con el bombardeo al que estamos acostumbrados . La mayoría son de teléfonos móviles y productos para el pelo de las mujeres . UNICEF se propuso animar a los padres a través de vallas y muros a que escolarizaran a las niñas. “ Educar a una mujer, es educar a un pueblo”, decían los anuncios. Y no es que los padres no quieran que sus hijas vayan al colegio, no. Es que no pueden pagarlo y ante la disyuntiva, mandan a los hijos varones, de manera que con esta decisión se crea una verdadera segregación entre chicos y chicas: unos van al colegio y otras son analfabetas. Cuando tienen la oportunidad de escolarizarlos a todos no les preocupa que la educación sea mixta o no, lo que quieren conseguir es una igualdad de oportunidades para los hijos varones y para las mujeres.
Porque en Kinshasa conocí colegios de chicos o chicas separados y mixtos. Todos los que yo pude ver llevan el mismo uniforme: azul y blanco, de manera que es muy fácil reconocer por la calle a los escolares y tener un trato de deferencia como contraste por el maltrato que sufren otros niños en el este del país donde son reclutados para la guerra o sufren intolerables violaciones

Y es que aunque la Constitución recoge como un derecho la enseñanza escolar gratuita, la realidad es que las familias deben pagar unas tasas y gastos indirectos que no pueden cubrir por mucho que se empeñen. Hay que tener en cuenta que un número elevado de la población pasa con un euro al día, comen una sola vez y hacen todos los trayectos andando, de manera que de lo único que se libran con este estilo de vida es de enfermedades coronarias
¿Por qué cobran tasas si es un derecho la educación gratuita? Porque a los profesores no les paga regularmente el Ministerio. Y trabajan los sábados. Y pueden tener hasta 45 alumnos en secundaria, Y su sueldo es de 40-50 dólares. Y de algún sitio han de sacar el dinero, ya sea con las tasas o con las “aportaciones” de los padres a las que se les empuja si quieren que todo vaya bien

Es urgente que se haga realidad la frase de Nelson Mandela. Urgente

domingo, 25 de octubre de 2009

La rueda de la vida

Del libro:" LA RUEDA DE LA VIDA"
De Elisabeth Kübler-Ross.


Prólogo
"Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer a la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa.
Llegado el momento, podemos marchar y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios."
De la carta a un niño enfermo de cáncer,


EL RATÓN (infancia)
Le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y va siempre por delante de los demás.
EL OSO (edad adulta)
El oso es fuerte, y le encanta hibernar. Al recordar su pasado, se ríe de las correrías del ratón.
EL BÚFALO (edad madura)
Al búfalo le gusta recorrer las praderas. Confortablemente instalado, repasa su vida, y anhela desprenderse de su pesada carga.
EL AGUILA (años finales)
Le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire hacia lo alto.
"La única realidad incontrovertible de mi trabajo es la importancia de la vida.
Creo que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. Eso es una tontería.
Lo único que a mi juicio sana verdaderamente, es el amor incondicional." (pág. 15)
"La adversidad nos hace más fuertes.
La vida es ardua, es una lucha.
La vida es como ir a la escuela, recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones". (pág. 19)
EL NACIMIENTO
Creo que toda persona tiene un espíritu o ángel guardián. Ellos nos ayudan en la transición entre la vida y la muerte, y también a elegir a nuestros padres antes de nacer.
Mis padres eran una típica pareja conservadora de la clase media alta de Zúrich.
Cuando el 8 de julio de 1926 le comenzaron los dolores de parto, mi madre oró a Dios pidiéndole una chiquitina regordeta, a la cual pudiera vestir con ropa para muñecas. Esa fue mi llegada; pesé 900 grs., parecía un ratoncito. Después nacieron Erika, (900 grs.), y Eva (2900 grs.).
Al día siguiente, todos los diarios locales publicaban la emocionante noticia de las trillizas Kübler.
Para mí era una pesadilla ser trilliza. Éramos iguales, recibíamos los mismos regalos...Siempre me pareció que tenía que esforzarme diez veces más para demostrar que era digna de...algo que merecía vivir. Era una tortura diaria.
Sólo cuando llegué a la edad adulta comprendí que eso me benefició. Puede que no hayan sido las circunstancias que deseaba, pero fueron las que me dieron el aguante, la determinación y la energía para todo el trabajo que me aguardaba. (pág. 26)
NOTAS DE MI INFANCIA
Antes de llegar a casa me detuve a descansar a la sombra de uno de los frondosos árboles que bordeaban un viñedo. Esa era mi iglesia. El campo abierto, los árboles, los pájaros, la luz del sol. No tenía la menor duda respecto a la santidad de la Madre Naturaleza, y a la reverencia que inspiraba. La naturaleza era eterna y digna de confianza, hermosa y benévola en su trato a los demás; era clemente. En ella me cobijaba cuando tenía problemas, en ella me refugiaba para sentirme a salvo de los adultos farsantes. Ella llevaba la impronta de la mano de Dios.
Mi padre lo entendería. Era él quien me había enseñado a venerar el generoso esplendor de la naturaleza, llevándonos a hacer largas excursiones por las montañas, donde explorábamos los páramos y las praderas, nos bañábamos en el agua fresca y limpia de los riachuelos, y nos abríamos camino en la espesura de los bosques. Nos llevaba a agradables caminatas en primavera, y también a peligrosas expediciones por la nieve. Nos contagiaba su entusiasmo por las elevadas montañas, un Edelweiss medio escondido en una roca, o la fugaz visión de una rara flor alpina. Saboreábamos la belleza de una puesta de sol, también respetábamos el peligro, como aquella vez que me caí en una grieta de un glaciar. Habría sido fatal si no hubiera llevado atada una cuerda con la que me rescató. Esos recorridos quedaron impresos para siempre en nuestras almas. Para mí no había nada más semejante a Dios, ni más inspirador de fe en algo superior que la vida al aire libre. (pág 51)
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Una mañana mi ahorrativo padre llegó a casa con una radio. Todas las noches nos reuníamos alrededor de la enorme caja a escuchar los informes. Yo estaba de parte de los valientes polacos que arriesgaban la vida para defender su patria, y lloraba cuando explicaban cómo morían en Varsovia. Hervía de rabia cuando oía que los nazis estaban matando judíos. Si hubiera sido hombre, habría ido a luchar. Pero era una niña, no un hombre, así que en lugar de ir a pelear, le prometí a Dios que cuando tuviera edad suficiente, iría a Polonia, a ayudar a esas gentes valientes.
En pleno furor de la guerra, aprendimos el significado de la palabra sacrificio. Los refugiados entraban a raudales por las fronteras suizas, y hubo que racionar los alimentos. Nuestro jardín, cubierto de césped, se convirtió en huerta para cultivar patatas y cebollas.
Me enorgullecía saber sobrevivir con alimentos cultivados en casa, hacer el pan, preparar conservas de frutas y verduras y prescindir de los antiguos lujos. Después, estas habilidades me serían provechosas. (pág 55)
POR FIN, LA PAZ.
Hablando de música celestial, no hubo sinfonía más maravillosa que la que llenó el aire el día 7 de mayo de 1945, el día en que acabó la guerra. Yo estaba en el hospital. Como si obedecieran a una señal, pero de forma espontánea, las campanas de las iglesias de toda Suiza comenzaron a tañer al unísono, haciendo vibrar el aire con los repiques jubilosos de la victoria, y por encima de todo, de la paz.
Con la ayuda de varios trabajadores del hospital, llevé a los pacientes al terrado, uno a uno, incluso a aquellos que no podían levantarse de la cama, para que pudieran gozar de la celebración. Fueron momentos que todos compartimos. Algunos de pie, otros sentados, incluso varios en silla de ruedas o en camillas. Algunos sufriendo intensos dolores, pero en aquel momento, eso no importaba.
Estábamos unidos por el amor y la esperanza, la esencia de la existencia humana, y para mí fue algo muy hermoso e inolvidable. (pág 74)
VOLUNTARIOS EN LA ALDEA FRANCESA DE ECURCEY
A excepción de los habitantes de la aldea, nadie odiaba más a los nazis que yo. Si las atrocidades cometidas no hubieran sido suficientes para atizar mi hostilidad, sólo tenía que pensar en el Dr. Weitz preguntándose en el laboratorio si seguirían con vida sus familiares en Polonia. Pero durante las primeras semanas que pasé en Ecurcey comprendí que esos soldados eran seres humanos, derrotados, desmoralizados, hambrientos y asustados ante la idea de volar en pedazos en sus campos minados, y me dieron lástima.
Dejé de pensar que eran nazis y empecé a considerarlos simplemente hombres necesitados. Por la noche les pasaba pequeñas pastillas de jabón, hojas de papel y lápices a través de los barrotes de las ventanas del sótano. Ellos, a su vez, expresaron sus más hondos sentimientos en conmovedoras cartas a sus familias. Yo las guardé entre mi ropa para enviarlas a sus parientes cuando estuviera de vuelta a casa. Años después, las familias de esos soldados, la mayoría de los cuales regresó con vida, me hicieron llegar misivas de sincera gratitud.
En realidad, el mes que pasé en Ecurcey, a pesar de las penurias y a pesar de que sentí tener que abandonar la aldea, no podría haber sido más positivo. Reconstruimos casas, es cierto, pero lo mejor que dimos a esas personas fue amor y esperanza. (pág. 79)
Transformada por esa experiencia, me costó aceptar la prosperidad y abundancia de mi hogar suizo. Las tiendas llenas de alimentos frente al sufrimiento y la ruina de Europa. (pág. 80)
EN POLONIA
No sé si lo que hice a continuación fue ejercer la medicina o rezar pidiendo milagros. Todas las mañanas se formaba una cola de 25 a 30 personas fuera de la "clínica". Algunas habían caminado durante días para llegar, y con frecuencia tenían que esperar horas. Si estaba lloviendo, se les permitía aguardar en la habitación que normalmente reservábamos para los gansos, pollos, cabras y otras aportaciones que hacía la gente a nuestro campamento en lugar de dinero. La otra habitación la reservábamos para las intervenciones quirúrgicas.
Teníamos poco instrumental, pocos remedios, y nada de anestesia. Sin embargo, he de decir que realizamos muchas operaciones osadas y complicadas. Amputábamos extremidades, extraíamos metralla, asistíamos partos... Un día se presentó una mujer embarazada a la que se le había formado un tumor del tamaño de un pomelo. Se lo abrimos, sacamos el pus y nos esmeramos en eliminar el quiste. Cuando la hubimos tranquilizado diciéndole que el bebé estaba bien, se levantó y se fue a su casa. La resistencia de aquella gente no tenía límites.
Su valentía y voluntad de vivir me causaron una profunda impresión. A veces atribuía el elevado índice de recuperación a esta sola determinación. Para mí, que quería descubrir el sentido de la vida, fue una gran lección. (pág 92)
EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Salí de allí impresionada por el horror de ese lugar. De pronto, una voz interrumpió mis pensamientos, la voz tranquila y reposada de una joven que me dio una respuesta: Tú también serías capaz de hacer eso, - me dijo.
Sentí deseos de protestar, pero estaba tan sorprendida que no se me ocurrió qué decir. ¡Yo no! deseé gritar. Yo era pacifista, me había criado en una familia honorable y en un país pacífico. Jamás había conocido el hambre, la pobreza, la discriminación. Ella leyó todo eso en mis ojos.
-Te sorprendería ver todo lo que eres capaz de hacer, si hubieras nacido en la Alemania nazi. Hay un Hitler dentro de todos nosotros.
Yo deseaba comprender, no discutir, de modo que la invité a compartir mi bocadillo. Tenía más o menos mi misma edad; mientras comíamos me explicó cómo había llegado a formarse esa opinión.
Alemana de nacimiento, tenía 12 años cuando la Gestapo se presentó en la empresa de su padre y se lo llevó. Jamás volvieron a verlo. Tan pronto como se declaró la guerra, el resto de su familia, con ella y sus abuelos, fueron deportados a Maidanek, centro de concentración.
Un día los guardias les ordenaron a todos ponerse en fila, tal como ellos habían visto hacer a tanta gente que ya no había vuelto. Los hicieron desnudarse y los metieron en la cámara de gas. La gente gritaba, lloraba, suplicaba y oraba, pero en vano. Allí no había oportunidad de sobrevivir, ni esperanza, ni dignidad. Los empujaron a una muerte peor que la de cualquier animal en el matadero.
Golda, esta preciosa joven, fue la última que trataron de empujar al interior de la atiborrada cámara, antes de cerrar la puerta y dar el gas. Por un milagro, por alguna intervención divina, no pudieron cerrar la puerta, porque no cabía nadie más. Había demasiada gente. Para cumplir la cuota diaria de muertos, los guardias simplemente la sacaron y la empujaron fuera. Puesto que ya estaba en la lista de muertos, no volvieron a llamarla.
Después tuvo poco tiempo para llorar la pérdida de su familia; con dificultad se las arregló para sobrevivir al invierno polaco, si enfermaba no iba a ser capaz de cavar pozos o quitar la nieve, a consecuencia de lo cual, la enviarían nuevamente a la cámara de gas.
Para animarse, se imaginaba que el campo iba a ser liberado. Dios la había escogido, pensaba ella, para sobrevivir y contar a las generaciones futuras las barbaridades que había visto allí.
Después, cuando se abrieron las puertas, no quiso verse dedicando su valiosa vida a vomitar odio. -Como Hitler, -me dijo. Si dedicara mi vida, que me fue perdonada, a sembrar las semillas del odio, no me diferenciaría en nada de él. Para encontrar la paz, hay que dejar que el pasado sea pasado.
Pero ¿cómo explicarse que una persona que había sufrido esa crueldad eligiera perdonar y amar?
Ella lo explicó diciendo: Si yo logro que una sola persona cambie los sentimientos de odio y venganza por los de amor y compasión, entonces he sido digna de sobrevivir.
Lo comprendí y me marché de Maidanek transformada para siempre.
Me sentí como si mi vida hubiera comenzado de nuevo. (pág. 101 y sig.)
EL POEMA DE MI ABUELA
Durante el verano me inscribí en el Servicio de voluntarios por la Paz, para una misión en Italia. Mi padre me autorizó a ello, pero me prohibió pasar al otro lado del Telón de Acero.
Dos niños polacos esperaban un voluntario que pudiera reunirlos con sus padres. Yo era la candidata ideal, no podía negarme. A la vuelta, cuando llegué a mi casa, mi padre me abrió la puerta y me dijo: ¿Quién es usted? No la conocemos.
Supuse que iba a sonreír y decirme que era una broma, pero me cerró bruscamente la puerta en las narices. Comprendí que había descubierto dónde había estado.
Oí alejarse sus pasos, y después, silencio. Ni mi madre ni mis hermanas acudieron a rescatarme. Conociendo a mi padre, me imaginé que les había prohibido acercarse a la puerta.
Era evidente que yo estaba sola. Muy a tiempo recordé un poema que tenía colgado mi abuela:
"Cuando crees que ya no puedes más,
siempre aparece,
como salida de la nada,
una lucecita.
Esta lucecita
renovará tus fuerzas,
y te dará la energía necesaria
para dar un paso más."
Entré en una cafetería y pedí algo para comer. Estaba tan agotada que empecé a quedarme dormida apoyada en la mesa. De pronto, desperté sobresaltada al oír mi nombre: era mi amiga Cilly.
En otoño de 1950 me dispuse a entrar en la Facultad de Medicina. Llené la solicitud de examen, pero no tenía los 500 francos suizos para la matrícula. Mi madre no podía ayudarme, habría tenido que pedírselo a mi padre. Parecía no tener solución.
Mi hermana Erika y su marido me prestaron el dinero que tenían ahorrado para una nueva cocina, exactamente 500 francos.
Las pruebas para el examen tuvieron lugar en los primeros días de septiembre de 1951. Lo había hecho tan bien en todos los demás que el catedrático de latín se mostró muy apenado por tener que suspenderme. Yo no tenía la menor duda de que me había aprobado. La notificación oficial me llegó la víspera del cumpleaños de mi padre. Le preparé un regalo especial, se lo dejé en casa esa tarde y al día siguiente lo esperé fuera de su oficina. Sabía que se sentiría orgulloso.
Aunque al principio no pareció alegrarse de verme, su mueca de desagrado se convirtió en una sonrisa. Era la primera muestra de afecto que recibía de él en más de un año. Eso me bastó. Esa noche mis hermanas se presentaron en mi apartamento con un mensaje: Padre quiere que vengas a cenar a casa.
Estábamos todos nuevamente reunidos. Y celebramos muchas más cosas que mis resultados en el examen. (pág 118)
LA DOCTORA ELISABETH KUBLER-ROSS
Era una mujer adulta, médica en ejercicio, y estaba a punto de casarme, pero mi madre me trataba como a una niña pequeña. Me llevó al peluquero, a un especialista en maquillaje y me obligó a hacer todas esas tonterías femeninas que yo apenas toleraba.
Después que Manny aprobara los exámenes, y sin mi ayuda, nos casamos. Fue una gran celebración.
Después de la boda toda la familia fuimos a la Feria Mundial de Bruselas. Y luego mis familiares nos despidieron desde el muelle cuando, junto con varios amigos de Manny que habían asistido a nuestra boda, mi marido y yo subimos a bordo del Liberté, un enorme transatlántico que nos llevaría a Estados Unidos. Ni las exquisitas comidas, ni el sol, ni el baile en cubierta lograron calmar la tristeza que sentía al dejar Suiza y partir hacia un país por el que no sentía ningún interés. Sin embargo, me dejé llevar sin discutir y por lo que escribí en mi diario se ve que pensaba que era un viaje que tenía que hacer.
"¿Cómo saben estos gansos cuándo es el momento de volar hacia el sol? ¿Quién les anuncia las estaciones? ¿Cómo sabemos los seres humanos cuándo es el momento de hacer otra cosa? ¿Cómo sabemos cuándo ponernos en marcha? Seguro que a nosotros nos ocurre igual que a las aves migratorias: hay una voz interior, si estamos dispuestos a escucharla, que nos dice con toda certeza cuándo adentrarnos en lo desconocido". (pág 141)
EL NACIMIENTO DE MI HIJO KENNETH
Lo único que recuerdo fue mi chillido. Después me colocaron en los brazos un precioso niño, sano, con los ojos abiertos, que escudriñaba el nuevo mundo que le rodeaba. Era el bebé más hermoso que había visto en mi vida. Lo examiné minuciosamente. Era un niño, mi hijo. Pesó cerca de 3,700 grs. Su cabecita estaba coronada por una mata de pelo oscuro y tenía las pestañas más preciosas, largas y oscuras que habíamos visto en un bebé. Manny le puso Kenneth.
Me era imposible imaginar una felicidad más grande. Podría imaginarme más cansada, pero no más feliz. Muchas veces he pensado maravillada cómo se las arregló mi madre con cuatro hijos, tres de las cuales llegamos de una sola vez.
Pero como hacen todas las madres, ella decía que no había nada de extraordinario en eso. Lo que no entendía era por qué iba a volver yo al trabajo. En ese tiempo eran muy pocas las mujeres que se las arreglaban para criar hijos y tener una profesión al mismo tiempo. Supongo que yo fui una de esas mujeres que no vieron otra opción. Para mí, mi familia era lo más importante del mundo, pero también tenía que cumplir una vocación. (pág 158)
VIVIR HASTA LA MUERTE
Mi sinceridad no estaba en consonancia con la forma como se ejercía la medicina en los hospitales. Pasados unos meses observé que muchos médicos evitaban referirse a cualquier cosa que tuviera que ver con la muerte. A los enfermos moribundos se los trataba tan mal como a mis pacientes psiquiátricos del Hospital estatal. Se los rechazaba y maltrataba. Si un enfermo de cáncer preguntaba: ¿me voy a morir? , El médico le contestaba: Oh, no, no diga tonterías.
Yo no podía comportarme así. Pero claro, no creo que muchos médicos fueran como yo. Pocos tendrían experiencias como las de mis trabajos voluntarios en las aldeas europeas asoladas por la guerra, y menos aún eran madres, como yo lo era de mi hijo Kenneth. Además, mi trabajo con las enfermas esquizofrénicas me había demostrado que existe un poder sanador que trasciende los medicamentos, que trasciende la ciencia, y eso era lo que yo llevaba cada día a las salas del hospital. Durante mis visitas a los enfermos me sentaba en las camas, les cogía las manos, y hablaba durante horas con ellos. Así aprendí que no existe ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese distanciamiento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad. Incluso a los pacientes cuya depresión les hacía desear el suicidio era posible, aunque no siempre, convencerlos de que su vida todavía tenía sentido. -Cuénteme lo que está sufriendo, -les decía-. Eso me servirá para ayudar a otras personas.
Aunque trabajaba por todo el hospital, me sentía atraída hacia las habitaciones de los casos más graves, los moribundos. Ellos fueron los mejores maestros que he tenido en mi vida. Los observaba debatirse para aceptar su destino; los oía arremeter contra Dios, no sabía qué decir cuando gritaban: ¿por qué yo ?Y los escuchaba hacer las paces con El. Me di cuenta que, si había otro ser humano que se preocupara por ellos, llegaban a aceptar su sino. A este proceso le llamaría yo después "las diferentes fases del morir", aunque puede aplicarse a cualquier tipo de pérdida. (pág 161)
MI PADRE
En otra parte del mundo mi padre estaba tratando de encontrar a alguien que lo escuchara. Yo cogí a Kenneth y al día siguiente partí en el primer avión.
En el hospital vi que se estaba muriendo. Estaba muy delgado y padecía muchos dolores. Los remedios ya no le hacían ningún efecto. Lo único que quería era irse a casa. Nadie le hacía caso. Su médico se negaba a dejarlo marchar, y por lo tanto, el hospital también. Yo conocía la historia de la que nadie hablaba en esos momentos. Mi abuelo, el padre de mi padre, que se había fracturado la columna, murió en un sanatorio. Su último deseo fue que lo llevaran a casa, pero mi padre se negó, prefiriendo hacer caso a los médicos. En estos momentos papá se encontraba en la misma situación.
Me dijeron que podía llevármelo a casa si firmaba un documento que los eximía de toda responsabilidad.
-El trayecto probablemente lo va a matar -me advirtió su médico.
Yo miré a mi padre en la cama, impotente, aquejado de dolores y deseoso de irse a casa. La decisión era mía. En ese momento recordé mi caída en una grieta, cuando andábamos de excursión por un glaciar. Si no hubiera sido por la cuerda que me lanzó y me enseñó a atarme, habría caído al abismo y no estaría viva. Yo iba a rescatarlo a él esta vez.
Una vez que el equipamiento médico estuvo instalado en su habitación, lo llevamos a casa. Yo iba sentada a su lado en la ambulancia, observando cómo se le alegraba el ánimo a medida que nos acercábamos a casa. De tanto en tanto me apretaba la mano para expresarme lo mucho que me agradecía todo eso. Cuando los auxiliares de la ambulancia lo llevaron a su dormitorio, vi lo marchito que estaba su cuerpo, en otro tiempo tan fuerte y potente. Pero continuó dando órdenes a todo el mundo hasta que lo tuvieron instalado en su cama.
-Por fin en casa, -musitó.
Durante los dos días siguientes durmió apaciblemente. Cuando estaba consciente, miraba fotografías de sus amadas montañas o sus trofeos de esquí. Mi madre y yo nos turnábamos para velar junto a su cama. La penúltima noche lo observé dormir inquieto. Al día siguiente por la tarde ocurrió algo de lo más extraordinario. Mi padre despertó de su sueño agitado y me pidió que abriera la ventana para poder oír con más claridad las campanas de la iglesia. Estuvimos un rato escuchando las conocidas campanadas de la Kreuzkirche. Después comenzó a hablar con su padre, pidiéndole disculpas por haberlo dejado morir en ese horrible sanatorio. -Tal vez lo he pagado con estos sufrimientos, le dijo, y prometió que lo vería pronto. Al parecer, mi padre arregló muchos asuntos pendientes. Esa noche se debilitó considerablemente.
Yo me acosté en una cama plegable junto a la suya. Por la mañana comprobé que estaba cómodo, le di un cariñoso beso en la frente, le apreté la mano y salí a prepararme un café en la cocina. Estuve fuera dos minutos. Cuando volví, estaba muerto. Durante la media hora siguiente, mi madre y yo estuvimos sentadas junto a él despidiéndonos. Había sido un gran hombre, pero ya no estaba allí. Aquello que había conformado el ser de mi padre, la energía, el espíritu y la mente, ya no estaba. Su alma había salido volando de su cuerpo físico. Yo estaba segura de que su padre lo había guiado directo al cielo, donde ciertamente estaba envuelto en el amor incondicional de Dios. (pág 163)
MI HIJA BARBARA
Al igual que me ocurriera con Kenneth, presentí que este bebé iba a llegar a término. Durante los nueve meses estuve en perfecto estado de salud, tanto física como emocional. No tuve dificultad para compaginar el trabajo en el hospital, donde llevaba un pabellón de personas muy perturbadas, con mi vida doméstica. Kenneth, que por entonces tenía 3 años y era muy activo y alegre, estaba feliz ante la perspectiva de tener un hermanito o hermanita.
El día 5 de diciembre rompí aguas cuando acababa de dar una charla. Era demasiado pronto para que comenzara el parto, pero me senté ante mi escritorio y pedí a un alumno que llamara a Manny. Puesto que trabajaba en el mismo edificio, éste llegó a los pocos minutos. Aunque yo me sentía perfectamente bien, igual que momentos antes, me llevó a casa y llamó por teléfono al tocólogo. Este me dijo que descansara y fuera a su consulta el lunes. Me pasé el fin de semana preparando platos para congelar, para Manny y Kenneth, y dejando lista una maleta de ropa. El lunes tenía la pared abdominal tan dura como una piedra. El médico se alarmó y me llevaron a toda prisa al Hospital Católico. Allí las monjas se dispusieron a inducir el parto, mientras el médico me informaba que era probable que el bebé fuera demasiado pequeño para sobrevivir.
Observé que las monjas habían preparado una mesa con un recipiente de agua bendita y todo lo necesario para el Bautismo. Sabía lo que significaba eso; suponían que el bebé iba a morir. Durante 48 horas navegué por oleadas de dolores, perdiendo y recuperando el conocimiento. Manny estaba sentado a mi lado, pero no podía hacer nada por acelerar el parto. Casi dejé de respirar una vez, y varias veces tuve la impresión de que me estaba muriendo. Hacia el final, el médico me puso una inyección espinal a fin de aliviarme el dolor, pero nada dio resultado. Lo que fuera a ocurrir, tenía que ocurrir naturalmente. Por fin, después de dos días de dolores, oí el llanto de un recién nacido. -Es una niña -, dijo alguien.
Aunque todos esperaban un bebé muerto, Bárbara estaba muy viva y luchando por continuar así. Pesó casi 1,400 grs. Alcancé a mirarle la carita antes que la pusieran en la incubadora. Más adelante, yo haría notar la similitud con mi nacimiento, cuando era una cosita de 900 grs. que nadie esperaba que sobreviviera. Pero entonces, agotada por los incesantes dolores, apenas tuve energías `para sonreír por el nacimiento de la hija que tanto deseaba, y después caí en un sueño reparador.
Bueno, el cuadro estaba completo. Tenía un hogar, un marido y dos hermosos hijos, Kenneth y Bárbara. El trabajo en casa se multiplicó, pero recuerdo una noche cuando estaba en la cocina contemplando a Kenneth que mecía a su hermanita, Manny estaba sentado en su sillón, leyendo, mi pequeño mundo estaba en orden. (pág 181)
UNA COLABORADORA EXCEPCIONAL
En esos primeros días de lo que se vendría a llamar "el estudio de la muerte", mi mejor maestra fue una mujer negra del servicio de limpieza. No recuerdo su nombre, pero la veía pasar con frecuencia por los pasillos, tanto de día, como de noche, según nuestros respectivos turnos. Lo que me llamó la atención en ella, fue el efecto que tenía en muchos de los pacientes más graves. Cada vez que ella salía de sus habitaciones, yo notaba una diferencia palpable en la actitud de esos enfermos.
Deseé conocer su secreto. Muerta de curiosidad, literalmente espiaba a esta mujer que ni siquiera había terminado sus estudios secundarios, pero que conocía un gran secreto.
Un día se cruzaron nuestros caminos en el pasillo. Haciendo acopio de todo mi valor, caminé decidida hacia ella, de manera algo agresiva tal vez, lo cual de seguro la sobresaltó, y sin la más mínima sutileza ni encanto, le solté:
-¿Qué les hace a mis enfermos moribundos?
Lógicamente ella se puso a la defensiva:
-Sólo les limpio el suelo-, contestó educadamente y se alejó.
-No me refiero a eso- dije, pero ya era demasiado tarde.
Durante las dos semanas siguientes nos espiamos mutuamente. Era casi como un juego. Finalmente, una tarde ella se hizo la encontradiza conmigo y me arrastró hacia la parte de atrás del puesto de las enfermeras. Todo un cuadro: una ayudante de cátedra, vestida de blanco, arrastrada por una humilde mujer de la limpieza, de raza negra.
Cuando estuvimos totalmente a solas, cuando nadie podía oírnos, me contó la trágica historia de su vida, y desnudó su alma y corazón de una forma que superaba mi comprensión.
Procedente del sector sur de Chicago, había crecido en un ambiente de pobreza y penalidades. Vivía en una casa sin calefacción ni agua caliente. Como la mayoría de la gente pobre, no tenía ninguna defensa contra la enfermedad y el hambre. Los niños llenabas sus hambrientos estómagos con avena barata, y los médicos eran para otra gente. Un día su hijo de tres años enfermó de neumonía. Ella lo llevó a la sala de urgencias del hospital de la localidad, pero no la admitieron porque debía 10 dólares. Desesperada, caminó hasta el Hospital Condal Cook, donde tenían que admitir a las personas indigentes. Desgraciadamente, allí se encontró en una sala llena de personas como ella, muy enfermas y necesitadas de atención médica. Le ordenaron que esperara. Pero pasadas tres horas de estar allí sentada esperando su turno, vio a su hijo resollar, lanzar un gemido y morir acunado en sus brazos.
Aunque era imposible no sentir pena por esa pérdida, a mí me impresionó más el modo en que contaba su historia. Aunque hablaba con profunda tristeza, no había en ella nada de negatividad, acusación, amargura ni resentimiento. Su actitud era tan apacible que me sorprendió. Lo encontré tan raro y yo era tan ingenua, que casi le pregunté: ¿por qué me cuenta todo eso? ¿Qué tiene que ver con mis enfermos moribundos? Pero ella me miró con sus ojos oscuros, bondadosos y comprensivos y me contestó, como si hubiera leído mis pensamientos:
-Verá, la muerte no es una desconocida para mí. Es una vieja conocida.
Me sentí como la alumna ante la maestra.
-Ya no le tengo miedo-, continuó en su tono tranquilo y franco. A veces entro en las habitaciones de esos enfermos y veo que están petrificados de miedo, y no tienen a nadie con quien hablar. Me acerco a ellos. A veces les toco la mano y les digo que no se preocupen, que no es tan terrible.
Después se quedó en silencio.
Poco después conseguí que esa mujer dejara de dedicarse a la limpieza y se convirtiera en mi primera ayudante.
Todas las teorías y toda la ciencia del mundo no pueden ayudar tanto como un ser humano que no teme abrir su corazón a otro. (pág 193)
MI MADRE (Resumen)
La familia Ross se muda a una casa mejor. Su nivel de vida es óptimo y todo parece perfecto.
Pero ella tiene una inquietud. No está enseñando a sus hijos algo que considera importante: Madrugar, salir de excursión a las montañas, oler las flores, beber agua del riachuelo, mirar las estrellas...Es decir, disciplina, esfuerzo, sencillez, contemplación de la naturaleza, y reconocimiento de la grandeza de Dios y de nuestra pequeñez.
Pasa unos días en una aldea de Suiza con su madre y los niños. Su madre está bien, pero le pide que ponga fin a su vida si se convierte en un vegetal. Ella se niega y le dice que siempre la tratará con todo su amor. Era una premonición.
A la semana siguiente, su madre sufre un derrame cerebral y queda como un vegetal. Así, los cuatro años restantes de su vida.
De todos modos, yo sabía que no era el final. Mi madre continuaba recibiendo y dando amor. A su manera, estaba creciendo espiritualmente y aprendiendo las lecciones que necesitaba aprender. Eso deberíamos saberlo todos.
La vida acaba cuando hemos aprendido todo lo que tenemos que aprender. Por lo tanto, cualquier idea de poner fin a su vida, como ella había pedido, era aún más inimaginable que antes.
Yo quería saber por qué mi madre iba a acabar así. Continuamente me preguntaba qué querría enseñarle Dios a esa amante mujer. Incluso pensaba si ella nos estaría enseñando algo a los demás.
Pero mientras continuara sobreviviendo sin ningún apoyo artificial, no había nada que hacer, aparte de amarla. (pág 209)
LA FINALIDAD DE LA VIDA.
Además de atender a mi familia y realizar mi trabajo, hacía tareas como voluntaria. Pasaba medio día a la semana en el Centro "Faro para los ciegos", de Chicago, trabajando con niños y padres. Pero tengo la impresión de que ellos me daban a mí más que yo a ellos.
Las personas que yo conocí, adultos y niños, estaban todos batallando con las cartas que les había servido el destino. Yo observaba su manera de arreglárselas. Sus vidas eran montañas rusas de sufrimiento y valor, depresión y logros. Continuamente me preguntaba qué podía hacer yo, que tenía vista, para ayudarles. Lo principal que hacía era escucharlos, pero también les animaba a "ver" que todavía les era posible llevar vidas plenas, productivas y felices. La vida es un reto, no una tragedia.
A veces eso era pedir demasiado. Veía bebés nacidos ciegos, y también a otros nacidos hidrocefálicos, a quienes se los consideraba vegetales, y se les colocaba en instituciones para el resto de sus vidas. Qué manera de desperdiciar la existencia. También estaban los padres que no lograban encontrar ayuda ni apoyo. Observé que muchos padres, cuyos hijos nacían ciegos, mostraban las mismas reacciones que mis enfermos moribundos. La realidad suele ser difícil de aceptar, pero ¿qué otra realidad hay?
Recuerdo a una madre que tuvo 9 meses de embarazo normal, sin ningún motivo para esperar otra cosa que un bebé sano y normal, pero durante el parto ocurrió algo y su hija nació ciega. Reaccionó como si hubiera habido una muerte en la familia, lo cual era lógico. Pero una vez superado el trauma inicial, comenzó a imaginar que su hija, llamada Heidi, terminaría sus estudios y algún día, aprendería una profesión. Esa era una reacción sana y maravillosa.
Por desgracia, habló con algunos profesionales que le dijeron que sus sueños no eran realistas, y le aconsejaron que pusiera a la niña en una institución. Eso causó un terrible sufrimiento a la familia. Pero afortunadamente, antes de tomar ninguna decisión, acudieron al "Faro para ciegos", donde yo conocí a esta mujer.
Evidentemente, yo no podía ofrecerle ningún milagro que devolviera la vista a su hija, pero sí escuché sus problemas. Y cuando me preguntó mi opinión, le dije a esa madre, que tanto deseaba un milagro, que ningún niño nace tan defectuoso que Dios no le haya dotado con algún don especial.
-Olvide toda expectativa, -le dije- Lo único que tiene que hacer es abrazar y amar a su hija como un regalo de Dios.
-¿Y después? -Me preguntó.
-A su tiempo, El revelará su don especial.
No sabía de donde me brotaron estas palabras, pero las creía. Y la madre se marchó con renovadas esperanzas.
Muchos años después, estaba leyendo un diario cuando vi un artículo sobre "Heidi, la niña del Faro". Ya adulta, Heidi era una prometedora pianista y acababa de actuar en público por primera vez. En el artículo, el crítico decía maravillas sobre su talento. Sin pérdida de tiempo contacté con la madre, que con orgullo me contó cómo había luchado por criar a su hija; repentinamente, la niña demostró estar dotada para la música. Floreció su talento como una flor, y su madre recordó mis alentadoras palabras.
Naturalmente, yo comentaba esos gratificantes momentos con mi familia y deseaba que mis hijos no tomaran nada por desconocido. Nada está garantizado en la vida, fuera de que todo el mundo tiene que enfrentarse a dificultades. Así es como aprendemos. Algunos se enfrentan a dificultades desde el momento en que nacen. Esas son las personas más especiales de todas, que necesitan el mayor cariño, comprensión y atención, y nos recuerdan que la única finalidad de la vida es amar. (pág.218)
DEL LIBRO: "SOBRE LA MUERTE Y LOS MORIBUNDOS".
Vi con mucha claridad cómo todos mis pacientes moribundos, en realidad todas las personas que sufren una pérdida, pasaban por fases similares.
Comenzaban con un estado de conmoción y negación.
Luego, indignación y rabia.
Después, aflicción y dolor.
Más adelante regateaban con Dios; se preguntaban: ¿por qué yo?
Y finalmente, se retiraban dentro de sí mismos durante un tiempo, aislándose de los demás, mientras llegaban, en el mejor de los casos, a una fase de aceptación.
En realidad vi con más claridad estas fases en los padres que había conocido en el "Faro para ciegos". El nacimiento de un hijo ciego era para ellos como una pérdida, la pérdida del hijo normal y sano que esperaban. Pasaban por la conmoción y rabia, la negación y la depresión, y finalmente, ayudados por alguna terapia, lograban aceptar lo que no se podía cambiar.
La negación es una defensa, una forma normal y sana de enfrentarse a una noticia horrible, inesperada, repentina. Permite a la persona considerar el fin de su vida y después volver a la vida como ha sido siempre.
Cuando ya no es posible continuar negándolo, la actitud es reemplazada por la rabia. La persona ya no se pregunta ¿por qué yo? sino ¿por qué no él o ella? Esta fase es particularmente difícil para los familiares, médicos, enfermeras, amigos, etc. La rabia del paciente sale disparada como perdigones y golpea a todo el mundo. No hay que tomar esta rabia como ofensa personal.
Si se les permitía expresar esta rabia sin sentimientos de culpabilidad o vergüenza solían pasar por la fase del regateo: ¡Dios mío, deja vivir a mi esposa lo suficiente para que vea a mi hija...!
El tiempo que pasa el paciente regateando es beneficioso para la persona que lo atiende. Había que entrar en su habitación, hacerle enfrentarse a viejas pendencias, permitirle exteriorizar su furia para que se librase de ella, y entonces, los viejos odios se transformarían en amor y comprensión.
El tipo de depresión más difícil viene cuando el enfermo comprende que lo va a perder todo y a todas las personas que ama. La mejor ayuda es permitirle sentir su aflicción, decir una oración o simplemente tocarlo con cariño o sentarse a su lado en silencio.
Si a los enfermos terminales se les da la oportunidad de expresar su rabia, llorar y lamentarse, concluir sus asuntos pendientes, hablar de sus temores, pasar por esas fases, van a llegar a la última, a la fase de aceptación. Es un período de resignación silenciosa y meditativa, de expectación apacible. Desaparece la lucha anterior para dar paso a la necesidad de dormir mucho, lo que yo llamo "el último descanso antes del largo viaje". (pág. 221)
Los niños pasan por las mismas fases cuando pierden a un ser querido. Si no se les ayuda, se quedan estancados y sufren graves traumas que se podrían evitar. (pág 247)
LA VIDA NO ES FACIL
Era una pena que no confiara bastante en mi marido para transmitirle toda mi emoción y entusiasmo, pero él no habría tolerado que le hiciera perder el tiempo de esa manera. Ya le costaba aceptar mis estudios sobre la vida después de la muerte.
Ya estaban lejanas la época de la facultad y las largas y arduas jornadas como médicos residentes en las que nos apoyábamos mutuamente.
Manny tenía 50 años y padecía del corazón, y lo que le interesaba era instalarse y poseer muchas cosas. Yo, en muchos sentidos, estaba comenzando. Eso sería un problema. (pág 272)
Supongo que yo estaba demasiado absorta en mi trabajo para advertir la tensión que éste provocaba en mi familia, hasta que fue demasiado tarde. Yo esperaba que algún día lograría reconciliar ambos mundos. Ese sueño me parecía posible si lograba encontrar una granja, idea que todavía me interesaba.
Me pareció que las cosas se normalizaban cuando construimos una piscina cubierta en casa. Muchas veces me relajaba nadando a medianoche, al volver de mis charlas. Y nada era más placentero que nadar contemplando a través de las ventanas la nieve que se amontonaba fuera. En algunas ocasiones todos disfrutábamos chapoteando y riendo juntos en el agua. Pero esas felices risas duraron poco tiempo. Para el Día del Padre de 1986 los niños y yo llevamos a Manny a cenar a un elegante restaurante italiano. Cuando volvimos a casa nos quedamos charlando en el aparcamiento, y él explicó por qué la cena había sido tan tensa. Quería divorciarse.
-Me voy - dijo. He alquilado un apartamento en Chicago.
Al principio pensé que quería gastarme una broma, pero él se marchó sin abrazar siquiera a los niños. (pág 278)
EN EL RIO DE LAGRIMAS, DA GRACIAS POR LO QUE TIENES, HAZ DEL TIEMPO TU AMIGO
Decidí no presentar batalla. Mi hija necesitaba una vida hogareña y estable, alguien que estuviera allí con ella todas las noches, y esa persona no era yo. Le dije a Manny que podía quedarse con la casa, cogí algunas cosas indispensables, ropa, libros y ropa de cama, las metí en cajas y las envié al Centro de Curación. No se me ocurrió ningún otro lugar adonde ir, mientras no supiera qué iba a hacer con mi vida.
No hay ningún problema del que no podamos obtener algo positivo. Me costó creer eso cuando me enteré de que Manny había vendido la casa sin darme opción a comprarla, como habíamos acordado que haría, y después, en otra jugada, a hurtadillas, vendió también la propiedad donde estaba el Centro de Curación Santhi Nilaya. Recibí una carta certificada en la que se me comunicaba que debía desocupar los edificios y entregar las llaves a sus nuevos propietarios. Resulta imposible describir lo aniquilada que me sentí. Después de perder mi casa, de ver desmoronado mi sueño, muchas noches me dormí llorando. (pág 317)
Estaba destinada a trabajar con enfermos moribundos. Tuve que hacerlo cuando me encontré con mi primer paciente de sida. Me sentí llamada a viajar unos 200.000 Km. al año para dirigir seminarios que ayudaban a las personas a hacer frente a los aspectos más dolorosos de la vida, la muerte y la transición entre ambas. Más adelante me sentí impulsada a comprar una granja de 120 Ha. en Virginia, donde construí mi propio centro de curación e hice planes para adoptar bebés infectados por el sida. Aunque todavía me duele reconocerlo, estaba destinada a ser arrancada de ese lugar idílico.
La granja era justo lo que había soñado, y para hacerla realidad invertí en ella todo lo que había ganado con los libros y conferencias. Construí mi casa, una cabaña cercana y una alquería. Construí también un centro de curación, donde daba seminarios, reduciendo así el tiempo dedicado a mi ajetreado programa de viajes. Tenía el proyecto de adoptar a bebés infectados por el sida, para que disfrutaran de los años de vida que les quedaran, los que fueran, en plena naturaleza.
La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar al serpenteante camino que subía hasta mi casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes, con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría.
Allí se trabajaba de verdad. El contacto con la tierra, el agua y el sol, que son las materias de la vida, me dejó las manos mugrientas.
Mi vida. Mi alma estaba allí.
Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa. Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total para mí. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se convirtió en cenizas.
Todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son, más aprendemos y maduramos.
En calidad de experta en enfrentarme a la pérdida de un ser querido, no sólo sabía las distintas fases que atraviesa una persona al pasar por ese trance, sino que también las había definido: Rabia, negación, regateo, depresión y aceptación.
Esa escalofriante noche, cuando al volver de Baltimore me encontré con mi amada casa en llamas, pasé por cada una de esas fases. Me sorprendió la rapidez con que lo acepté. ¿Qué otra cosa podía hacer?-le comenté a Kenneth. Había considerado todo lo bueno que se me había otorgado, entre lo cual estaba la suerte de no haber tenido allí 20 bebés seropositivos. Yo estaba ilesa. La pérdida de posesiones era otra historia. Eran cosas de mi vida, pero no mi vida.
Dije sí al dolor y éste desapareció. En el río de lágrimas, haz del tiempo tu amigo. Varios meses después un hombre comentaría que se había librado de la señora del sida. A pesar del dinero y sudores que había puesto en la granja, sencillamente cedí el centro con el terreno de 120 Ha. a un grupo que trabajaba con adolescentes maltratados.
Eso es lo fabuloso de las propiedades. Yo tuve mi oportunidad allí. Había llegado la hora de que otros también intentaran sacarle provecho a la tierra. (pág 375)
UNA RECETA PARA LA ETERNA JUVENTUD
Me inquietaba el futuro del mundo. A juzgar por las noticias, se veía sombrío. En mis diarios abundaban los pensamientos dirigidos a evitar ese dolor y ese sufrimiento. Si consideramos que todos los seres vivos son dones de Dios, creados para nuestro placer y disfrute, para que los amemos y respetemos, y cuidamos de nosotros mismos con el mismo cariño, el futuro no será algo que haya que temer, sino apreciar".
"Nuestro hoy depende de nuestro ayer, y nuestro mañana depende de nuestro hoy".
"-¿Te has amado hoy?"
-"¿Has admirado y agradecido a las flores, apreciado los pájaros, y contemplado las montañas invadido por un sentimiento de reverencia y respeto?"
Ciertamente, había días en que sentía mi edad. Pero cuando planteaba los grandes interrogantes de la vida en mis charlas, me sentía tan joven, tan llena de vitalidad y esperanza como cuando 40 años atrás hice mi primera visita domiciliaria como médica rural.
La mejor medicina es la medicina más simple. Comencé a acabar los seminarios diciendo: Aprendamos todos a amarnos y perdonarnos, y a tener compasión y comprensión con nosotros mismos". Era un resumen de todos mis conocimientos y experiencias.
"Entonces seremos capaces de regalar eso mismo a los demás. Sanando a una persona podemos sanar a la Madre Tierra "(pág 358)
CON LOS PRESOS
No había otra manera de considerarlo; estaba rodeada de asesinos, personas que habían cometido algunos de los peores crímenes contra seres humanos de los que yo tuviera noticia. Tampoco había forma de escapar; todos estábamos encerrados entre rejas en una cárcel de máxima seguridad en Edimburgo. Y lo que yo les pedía a esos asesinos era una confesión, pero no de los terribles crímenes que habían cometido, no; lo que les pedía era algo mucho más difícil, mucho más doloroso. Deseaba que reconocieran el dolor interior que los había llevado al asesinato.
Ciertamente era un método de reforma nuevo, pero yo pensaba que ni siquiera una condena a cadena perpetua podía servir para que el asesino cambiara, a menos que exteriorizara el trauma que lo había impulsado a cometer ese cruel delito. Sólo esa cárcel escocesa aceptó mis condiciones: que la mitad de los participantes en el seminario fueran reclusos y la otra mitad funcionarios de la cárcel.
Durante una semana entera vivimos todos en la cárcel, comimos la misma comida de los reclusos, dormimos en los mismos camastros duros, y estuvimos encerrados con llave por la noche. Al final del primer día ya la mayoría de los reclusos había explicado por qué había sido encarcelado, e incluso a los más empedernidos les corrían las lágrimas por las mejillas. Durante el resto de la semana casi todos contaron historias de infancias marcadas por abusos sexuales y emocionales.
Pero no eran los reclusos los únicos que contaban historias. Después de que la directora de la cárcel, mujer de aspecto frágil, contara ante los reclusos y los guardias un problema íntimo que había tenido en su juventud, un lazo de intimidad emocional se creó en el grupo. Pese a sus diferencias, de pronto nacieron entre ellos auténtica compasión, simpatía y cariño. Al final de la semana, todos reconocieron lo que yo había descubierto hacía mucho tiempo: que, como verdaderos hermanos y hermanas, todos estamos unidos por el dolor y sólo existimos para soportar penurias y crecer espiritualmente.
Durante años había declinado dar seminarios en Sudáfrica, a menos que me garantizaran que habría participantes negros y blancos. Por fin, en 1992, dos años después de que Nelson Mandela, el líder del Congreso Nacional fuera liberado de la cárcel, me prometieron una mezcla racial bajo el mismo techo, y entonces acepté ir. Aunque eso no era seguir exactamente los pasos de Albert Schweitzer, que hacía 55 años me había inspirado la idea de ser medico, de todos modos significó hacer realidad un sueño de toda mi vida. (pág 367)
MANNY
Poco después llegó un suceso triste, una despedida. Manny, que ya había sobrevivido a una operación de bypass triple, se sintió muy debilitado cuando comenzó a fallarle el corazón. Temiendo que no pudiera resistir otro duro invierno en Chicago, lo insté a trasladarse a Arizona, donde el clima es más templado. Afortunadamente me hizo caso. En octubre se mudó a un apartamento que yo le había alquilado, donde se sintió muy feliz. Habiendo ya superado el rencor que me había producido el modo en que acabó nuestro matrimonio, yo iba a verlo siempre que podía y le llenaba el refrigerador con comidas preparadas por mí. Ciertamente a Manny le encantaban mis platos. Recibió muchísimos cuidados.
Había hecho las paces con él y me alegraba de que ya no tuviera que sufrir más. (pág 371)
ESCRIBIENDO SUS MEMORIAS, A LOS 72 AÑOS
No hay que tener miedo, no hay ningún motivo para tenerlo si recordamos que la muerte no existe. En lugar de tener miedo, conozcámonos a nosotros mismos y consideremos la vida un desafío en el cual las decisiones más difíciles son las que más nos exigen, las que nos harán actuar con rectitud, y nos aportarán las fuerzas y el conocimiento de Él, el Ser supremo. El mejor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, la libertad. Las casualidades no existen, Todo lo que nos ocurre en la vida ocurre por un motivo positivo. Cuando estoy en la transición de este mundo al otro, sé que el Cielo o el Infierno están determinados por la forma como vivimos la vida en el presente.
La única finalidad de la vida es crecer.
La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente.
En la Tierra hay millones de personas que sufren.
Cada día hay una persona que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche esas llamadas, óigalas como si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en hacer felices a los demás. Creo que mi verdad es una verdad universal.
Todas las personas venimos de la misma fuente y regresamos a la misma fuente.
Todos hemos de aprender a amar y ser amados incondicionalmente.
Todas las penurias que se sufren en la vida, todas las tribulaciones y pesadillas, todo lo que podríamos considerar castigos de Dios, son en realidad regalos, son la oportunidad para crecer. No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo.
Cuando nacimos de la fuente a la que yo llamo Dios, fuimos dotados de una faceta de la divinidad, lo que nos da el conocimiento de nuestra inmortalidad. Debemos vivir hasta morir. Nadie muere solo.
Todos somos amados con un amor que trasciende la comprensión. Todos somos bendecidos y guiados.
La lección más difícil de aprender es el amor incondicional. Morir no es algo que haya que temer; puede ser la experiencia más maravillosa de la vida. Todo depende de cómo hemos vivido. La muerte es sólo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustias.
Todo es soportable cuando hay amor.
Mi deseo es que usted trate de dar más amor a más personas.
Lo único que vive eternamente es el amor. (pág 385)

El libro de "La rueda de la vida" es la autobiografía de una gran mujer, Elisabeth Kübler-Ross. Me gustó mucho y recomendé su lectura a mis personas queridas. Como algunos no disponen de tiempo para leer, escribí un extracto con los mejores pasajes, sin añadir nada de mi parte. Tan sólo hay un capítulo, el que habla de su madre creo recordar, que hice un resumen.
La misma autora tiene " La muerte y los moribundos", y otras obras de interés. Pienso que la vejez es maravillosa cuando aceptamos nuestas limitaciones y compartimos lo que tenemos y lo que somos. Despedirnos de este mundo con la mirada puesta en la otra vida.